Del puente de Boyacá a las sabanas de Carabobo: Primera parte
- Julio A. Sánchez Flores
- 19 may 2018
- 7 Min. de lectura

El próximo mes de junio se cumple un nuevo aniversario de la Campaña de Carabobo, gesta en la que las fuerzas del hombre de las dificultades se enfrentan a las del mariscal la Torre, quien había sustituido a Pablo Morillo en el mando del ejército español después de haberse firmado el armisticio en Trujillo por el mismo Morillo y Bolívar, protocolo que pone fin a la guerra a muerte decretada por este último, casualmente en la referida ciudad, el 13 de junio de 1813. Pero, ¿cómo es que Bolívar combate primero en el Puente de Boyacá el 7 de agosto de 1819, librando así a la antigua Nueva Granada antes que a Venezuela con la de Carabobo en 1821? Además de dos años de diferencia, esta coyuntura histórica tiene sus intríngulis y bemoles.
Comprometido Morillo en su campaña en los Llanos contra Páez en mayo de 1819, Bolívar ve abrirse ante él una brillante oportunidad de tomar Caracas, ciudad que se encontraba para esa fecha en manos de los realistas mediante un ataque con el ejército de Oriente sobre la referida ciudad, y de las fuerzas estacionadas en Angostura, junto con las de Páez, sobre el sector central del país dominado por el enemigo.
Para tal efecto envía a Oriente al general Urdaneta, uno de sus más aguerridos y leales oficiales, con la misión de coordinar allí las operaciones que sobre la capital deben ejecutar las fuerzas estacionadas en Cumaná al mando del general Santiago Mariño, las de Margarita, comandadas por Arismendi, y la escuadra de Brión, corsario que se unió a la causa revolucionaria convencido por el propio Bolívar. Sin embargo, esta comisión no tuvo éxito, pues Mariño se resistía a toda operación que no tuviera como objeto la toma de Cumaná, Arismendi se negaba a permitir la salida de las tropas de Margarita y, finalmente, Brión y sus piratas, más interesados en su lucrativa tarea de asaltar barcos en el Caribe, no mostraban interés alguno por colaborar en el plan que tenía en mente Bolívar para derrotar a Morillo.
Ante tal falta de interés por parte de los mencionados caudillos, Bolívar, entonces, se decide a modificar su estrategia, en el sentido de buscar fuera de Venezuela, específicamente en la Nueva Granada, las fuerzas que necesitaba para dar un golpe decisivo al ejército del Pacificador, título que le fue otorgado a Morillo por el rey Fernando VII en su afán de recuperar las colonias de ultramar.
El 21 de mayo, Bolívar convoca a su Estado Mayor para analizar la nueva misión ante la imposibilidad de continuar en Venezuela. Soublette, Anzoátegui, Briceño Méndez, Ambrosio Plaza, un tal Rooke, y el indio Reyes Vargas, escucharon en silencio lo que sería el concepto de la operación que tenía como propósito cambiar el centro de gravedad e invadir a la Nueva Granada atravesando la inmensa cordillera de los Andes para caerle de sorpresa a Barreiro y al virrey Sámano. Y fue, entonces, cuando el 27 de mayo de 1819, Bolívar con 2.500 hombres, más los contingentes que se encontraban en los llanos de Casanare, emprende tan magna empresa solo igualada por Aníbal 219 años antes de Cristo, cuando este general cartaginés cruza los Alpes con sus elefantes y tropas para caerle por sorpresa a las legiones romanas situadas al otro lado de la cordillera alpina.
Esta odisea no le fue fácil al Libertador. A medida que ascendían por el escarpado paramó de Pisba, uno de los pasos más difíciles de cruzar, la temperatura se tornaba más fría y los soldados, en su mayoría llaneros mal abrigados, enfermaban gravemente o morían. El terrible soroche, como le llaman los andinos al inclemente frio, causaba estragos entre aquellos espartanos, motivo por el cual obligaba a los oficiales a tomar la difícil situación de flagelarlos para que entraran en calor, y así evitar que murieran sobre la marcha.
Después de tan incontables sufrimientos, penalidades y grandes pérdidas, el 5 de julio de 1819 el grueso del ejército libertador llegó a Quebradas, un caserío ubicado en las laderas que descienden sobre la región de Socha, sitio en donde acampó para que sus hombres se alimentaran y tuvieran su merecido descanso. Con este alto, el Paso de los Andes, una de las empresas más audaces de la historia venezolana, estaba terminado y los patriotas, según lo narran varios historiadores, recibieron comida, caballos, armas, y muchos de los habitantes de los poblados adyacentes, incluyendo mujeres, se unieron con armas y bagaje a reforzar las fuerzas de Bolívar en apoyo a la campaña.
Ahora bien, no habían pasado unas cuantas horas cuando Bolívar, quien tenía como características en sus campañas las de explotar al máximo los principios de Movilidad y Sorpresa, ese mismo 5 de julio ordena a su vanguardia movilizase rápidamente en dirección a Gámeza, movimiento que obligó al general español Barreiro a destacar un considerable destacamento de caballería para bloquearle el camino, teniendo éxito en esta operación. Sin embargo, el Libertador, cuyo propósito era obtener sobre Barreiro una brutal derrota, planeó un audaz movimiento para colocarse a retaguardia de su adversario y obligarlo a combatir en campo abierto, no obstante, Barreiro enterado de esa táctica, con rapidez abandona el sitio en donde se encontraba y corre veloz hacia un sitio llamado Pantano de Vargas.
La batalla en este sitio no le fue favorable a las fuerzas patriotas que habían obtenido algunas ventajas en las primeras de cambio. Sin otra alternativa, y a pesar de que las fuerzas de Barreiro se encontraban en terreno favorable y en mejor posición, Bolívar ordena el asalto a las posiciones enemigas, siendo recibidas sus fuerzas con un intenso y fuerte fuego de fusilería, mientras que un regimiento al mando del realista Tolrá, en una hábil maniobra de flanqueo, las encierra en el valle de Vargas recibiendo, como se dice en criollo: plomo parejo a diestra y siniestra, y sin posibilidades de tregua.
Ante esta embarazosa coyuntura táctica y cuando todo parecía perdido para los patriotas, Bolívar le ordena al coronel Juan José Rondón, comandante de la caballería y reserva de la operación ofensiva, que intervenga de inmediato en auxilio de los infantes. Rondón, según cuenta Indalecio Liévano Aguirre (1983) en su obra Bolívar, se volvió hacia sus escuadrones de llaneros y con metálica voz de mando, les gritó: Compatriotas, Rondón aún no ha peleado, los que sean valientes síganme. Los llaneros, cada uno con dos lanzas en ristre en ambas manos, y con las riendas del caballo sujetas a los dientes, se lanzaron como alma que lleva el diablo chocando sobre las filas enemigas, decisiva maniobra que cambió favorablemente para Bolívar el curso de la batalla.
Los pobladores del pueblo de Vargas, testigos de la audaz acometida por la caballería de Bolívar al mando de Rondón, vieron como las filas españolas se quebraron ante el formidable impulso de aquella infernal legión, cuyas lanzas silenciaron el nutrido fuego de los infantes enemigos. Sólo la noche facilitó el repliegue hacia el pueblito de Paipa de las fuerzas españolas de Barreiro y las salvó del total exterminio; y a costa de perder su logística, se fueron en retirada con la intención de dirigirse a Santa Fe a reunirse con el virrey Sámano.
Sin embargo, aquí no termina la campaña. Bolívar no le iba a permitir a Barreiro que se fuera hacia Santa Fe a reforzar las fuerzas de Sámano, por lo que optó por seguirlo presionando a través de los diferentes pueblos y sitios hasta llevarlo al puente de Boyacá, lugar en donde se libró la batalla decisiva.
Los emisarios que Barreiro había enviado a Sámano para alertarlo antes de la batalla, al oír los tiros en las proximidades del puente, se regresaron y pudieron contemplar el total y patético desastre del ejército español. Con la infausta visión se dirigieron inmediatamente a Santa Fe llevando la terrible noticia de la derrota que hizo cundir el pánico a todos los españoles y realistas, por aquello de que Bolívar se hallaba vinculado al decreto de guerra a muerte: el miedo es libre, me imagino que gritaría el virrey Sámano.
Bolívar, entre tanto, hace un descubrimiento en el pleno campo de su victoria en Boyacá. Entre los prisioneros se encontró al italiano Francisco Fernández Vinoni, a quien responsabilizó de la liberación de los prisioneros y posterior entrega de la fortaleza de Puerto cabello en 1812 a los españoles, y a quien juró ahorcar cuando se lo encontrara. Este traidor había sido el causante de que, además de haberse perdido la Plaza de Puerto Cabello a causa de su felonía, ésta estaba asociada a su enemistad con Miranda. Su juramento fue cumplido, y según lo comenta Liévano Aguirre (ibídem), el entonces coronel Joaquín Paris, quien conducía al infeliz Barrientos hacia Santa Fe, al llegar al pueblo de Ventaquemada, encontraron una horca a mitad del camino por donde necesariamente tenían que pasar, y en ella, el cadáver de un hombre que se mecía al impulso del viento.
El 10 de agosto de 1819, en horas de la tarde, casi desnudo, pues en la campaña había perdido las pocas ropas que cargaba, Bolívar entró en la capital del virreinato granadino, y a su paso por las calles de Santa Fe, hoy Bogotá, la gente lo aplaudía, lo tocaban, las mujeres se le ofrecían. Cuenta la conseja que el entusiasmo era de tal magnitud, que una mujer al encontrarse con el Libertador en una esquina, lo agarró por la pierna derecha y le dijo: ¡Dios te bendiga, fantasma! El Libertador se sonrió y le extendió la mano vencedora diciendo, amén.
Desde el primer momento que llegó a Santa Fe, su preocupación fue crear en el ánimo de los santafereños y de todos los neogranadinos la conciencia de que el triunfo de Boyacá no significaba el fin de la guerra, sino una regulación de la campaña para alcanzar la victoria final que debía obtenerse en Venezuela, ocupada todavía por las tropas de Morillo.
En consecuencia, Boyacá fue, entonces, el preludio hacia Carabobo iniciado en los combates por un puente que le dio el nombre a la singular batalla.
Hasta la próxima entrega.
Fuente bibliográfica referencial:
Liévano Aguirre, Indalecio (1983). Bolívar: 1783 – 1983. Editorial Oveja Negra. Bogotá, Colombia.
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