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Bolívar, paradigma de generales

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 21 abr 2018
  • 5 Min. de lectura

Una de las disposiciones que me ha causado mayor satisfacción en mi triple condición de docente, militar y bolivariano - seguidor del pensamiento del Libertador - es aquella en la que se le imparten instrucciones a todas las instituciones educativas que conforman hoy a nuestra prestigiosa y única en América, Universidad Militar Bolivariana, para que todo docente, antes de dar inició a su cátedra, deberá, por lo menos, comentar por treinta minutos un evento de nuestra gesta histórica, patrimonio cultural de nuestra gran patria bolivariana. Ojalá esta brillante idea se les ocurriera a todas las universidades que tiene la responsabilidad de formar los cuadros profesionales que el país demanda para su normal desarrollo.

Felicito al Rector, o a cualquiera que haya tenido esta feliz idea, porque ella es una manera de recordarle a nuestros oficiales que el Libertador, no solo es un ejemplo para todo aquel que desea de verdad, verdad, formar parte de nuestro glorioso ejército venezolano, forjador de libertades, sino que también él es un paradigma para aquellos que desean llegar al honroso grado de general.

Sus cartas, sus manifiestos, son la mejor expresión de su pensamiento, y es, además, la filosofía que da sustento a nuestra doctrina que hasta en West Point, la academia militar del ejército de los Estados Unidos, la tiene como cátedra. En muchas de esta misivas y discursos, como el de Cartagena en 1812, cuando por traición de unos de sus oficiales, y por la indecisión de Miranda de continuar con la lucha, se pierde la Primera República. Sin embargo, esta pérdida no amilanó el ánimo del Libertador, sino que lo condujo a actuar con mayor resolución, la cual hizo que alguien comentara que el Libertador era más peligroso vencido que vencedor.

Como un aporte a esta feliz idea de mantener vivo el pensamiento bolivariano por parte de la Universidad Militar en los oficiales que se preparan para comandar lo más preciado que tiene un ejército como lo es su capital humano, y en mi condición de docente de muchos generales que fueron mis alumnos, unos comandando, otros en reserva activa, hoy como jubilado, situación en la que estoy a partir del 31 de diciembre del año pasado, pero no ausente de la docencia, les adelanto a todos uno de los episodios que considero sea de los más relevantes del pensamiento del general y político más grande que ha parido el siglo XIX, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, quien, sin haber leído a Sun Tzu ni mucho menos a Clausewitz, su contemporáneo, sus enseñanzas trascienden por su impacto político, social y militar de la historia patria y universal a la realidad del mundo en que vivimos: el Manifiesto de Cartagena, en 1812.

Los acontecimientos que dieron al traste con el fracaso militar y político que condujo a la perdida de la Primera República en 1812, se los hace llegar a los neogranadinos en su manifiesto de Cartagena como lo que no se debe hacer, y que deben ser corregidos antes de continuar unidos en expulsar de América a los responsables del yugo al que estaban todos sometidos por un imperio como le era en el siglo XVII el español.

Aparte de impulsar las razones por las cuales se pierde política y militarmente la república, de la lenidad ante un enemigo que actuaba sin escrúpulos ni compasión, a la inepta aptitud y dispersión de las autoridades y a la lucha de facciones políticas como razones fundamentales de la destrucción del gobierno republicano en ese nefasto año de 1812, hace mayor énfasis en que la ignorancia de un pueblo y los intereses de aquellos a quienes están las masas acostumbradas a respetar, por desgracia, fueron causales significativas en contra de la independencia.

Por otra parte, y quizá fue lo que más le dolió, es cuando expresa que los auxiliares más poderosos, los que apoyaron solo pensando en sus intereses al ejército realista encabezado por Monteverde, no fueron las victorias, ni la fuerza física de aquel, sino la decisión de los pueblos por la causa del rey lo que lo hacía casi invencible: los pardos le servían más a Monteverde suministrándole víveres, caballos y demás logística, y todo cuanto necesitaba en los lugares de su tránsito, que a las tropas patriotas.

Si bien es cierto lo anterior, las primeras pruebas que recalca en su manifiesto fue la insensata actitud de la ciudad de Coro que, denegándose a reconocer la legitimidad del nuevo gobierno, lo declaró insurgente y lo hostilizó como enemigo. Las fuerzas comandadas por el Marqués del Toro, que de la ciencia y el arte militar era un ignaro, en lugar de explotar el éxito en aquella ciudad que ya estaba rendida, la dejó fortificar y tomar una actitud contraria a los intereses de la nueva patria.

Pero, no solo en lo militar considera el fracaso de la república, también el factor político tuvo su parte. Los códigos y leyes que consultaban los magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia en las prácticas del arte de gobernar, sino los que han creado ciertos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han pretendido alcanzar la perfección política presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. En consecuencia, refiere Bolívar, quizá con mucho pesar, que en vez de jefes la república tuvo falsos filósofos, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados.

En pocas palabras, la doctrina que apoyaba la conducta política tenía su origen en las máximas filantrópicas que defendían la no privación de la vida a un hombre, aún en el caso de haber delinquido en contra de la patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina, Bolívar refería que, a cada conspiración sucedía un perdón y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar, clemencia criminal que contribuyó más que nada a derribar la máquina que todavía no se había construido.

Argumenta en el manifiesto el Libertador que el resultado probó severamente a Venezuela el error de su cálculo; pues los milicianos, y no verdaderos militares, fueron los que salieron al encuentro del enemigo, ignorando hasta el manejo del arma, y no estaban habituados a la disciplina y obediencia militar. Por lo tanto, fueron arrollados al comenzar la campaña, a pesar de los heroicos y extraordinarios esfuerzos que hicieron sus jefes por llevarlos a la victoria. De aquí se desprende como una gran verdad que solo ejércitos aguerridos y entrenados son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos sucesos de las campañas.

Concluye, entonces, en su manifiesto para nosotros los militares, y en particular para todo aquel que desea comandar que, un soldado mal entrenado, indisciplinado, sin vocación de patria, lo cree todo perdido ante la primera derrota, porque la experiencia no le ha probado que el valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna.

(*) Coronel del Ejército Venezolano, y docente titular de la Universidad Militar Bolivariana.


 
 
 

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