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Cuando el pasado nos persigue

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 22 nov 2017
  • 4 Min. de lectura

Por estar siempre pendiente del pasado nos perdemos de disfrutar las oportunidades que a veces el presente nos ofrece. Están ahí, delante de nosotros y nos negamos a verlas. No nos damos cuenta que Dios permanentemente nos las muestras, pero al estar absortos en lo que fue, pasan sin que las percibamos. Lo que nos queda de un día es lo más seguro que tenemos. Lo que ya pasó, pasó, no hay vuelta atrás, para atrás, ni para coger impulso.

Dos hombres de los que hoy llamamos de la tercera edad, conversaban sentados en un banco contemplando el mar que tenían al frente. El de menos edad le comentaba al otro que, a pesar de todos sus esfuerzos, siempre se quedaba con la impresión de que no llegaba al nivel que podía ofrecer antes. En el trabajo cada vez cometía más errores. Errores insignificantes, sí, pero errores que nunca había cometido antes como el haber dejado pasar un amor por estar pendiente de que lo que tenía que hacer debía hacerlo con perfección.

El otro, sin dejar de apreciar el mar y pendiente de ver el esplendor de los radiantes haces de luz que sol dispara antes de su ocaso, le responde:

- Oiga amigo, no sé muy bien a qué se está refiriendo. Pero si quiere que le diga lo que pienso, me parece que va por mal camino. Deje de pensar en el pasado, lo único que va a conseguir es deprimirse. De acuerdo, no puede trabajar con la misma perfección de antes, pero eso es normal, nos pasa a todos. Llega un momento en que tenemos que tirar la toalla. Míreme a mí, desde que me jubilé estoy gozando un puyero, para mí todo el año es navidad. Vale, ya sé que no estamos en la flor de la vida, ni usted ni yo, pero tenemos que seguir viviendo con ilusión.

Este dialogo, aunque editado a mi manera, lo extraje a propósito de la novela Lo que resta del día, escrita por Kazuo Ishiguro en la que narra la vida de un mayordomo en plena madurez que lo único que le preocupa es su trabajo y de esmerarse en atender lo mejor que puede a su amo sin percatarse de que el amor, en la figura de su ama de llaves, le pasaba todos los días y noches frente a él con la esperanza de que algún día le parara. Sin embargo, por estar pendiente de que todo le saliera bien, la mujer se cansó, se fue y se casó con otro para no quedarse a vestir santos.

No obstante, por lo interesante de la novela, es conveniente que les exprese los detalles, experiencia que algunos vivimos sin darnos cuenta de que a veces la realidad en la figura de una mujer nos ofrece un mejor camino para lo que nos puede quedar del día. El señor Stevens es el mayordomo de la mansión Darlington Hall, la cual está regentada por un aristócrata inglés que pretendió hacer un tratado de paz entre el gobierno nazi de Alemania y la Gran Bretaña antes de la Segunda Guerra Mundial. La señorita Kenton entra a trabajar como ama de llaves. Es una sencilla pero atractiva mujer, muy responsable y trabajadora. Llega a ser el brazo derecho de Stevens. Stevens se enamora de ella en silencio, aunque nunca se atreve a dar el primer paso, pues su papel de mayordomo está por encima de sus sentimientos.

La señorita Kenton también se enamora del señor Stevens e incluso llega a insinuarse, pero él la esquiva en un momento de intimidad. El padre de Stevens, del mismo oficio, también trabaja en la mansión con toda una vida dedicada a servir una mesa, tal como él lo señala. La vejez apenas le permite cumplir sus funciones en la mansión Darlington y fallece el día en que Lord Darlington da la cena final a las influyentes personalidades que le visitaban. Stevens aun así no abandona sus funciones para ver a su padre moribundo.

Finalmente, Stevens pierde la oportunidad de amar a la señorita Kenton, quien se retira para casarse con otra persona. Es ante todo la crónica de un doble fracaso de un ser que ha comprendido que ha dedicado su vida leal y diligentemente a un señor imperturbable, casi un rey en un microcosmos, y que al mismo tiempo ha perdido la oportunidad de vivir una historia de amor por su necesidad de mantener ante todo momento la calma, la impasibilidad, intentando mantener todas las cosas en orden.

Muy tarde, pero muy tarde, sale en busca de ella aprovechando un viaje por Inglaterra. La encuentra, rememoran con cierto humor los momentos que vivieron en la mansión como servicio de adentro, pero, a pesar de que ella se mostrara dispuesta con la esperanza de que aún se unieran para vivir juntos en lo que les resta del día, aunque un poco tarde, éste individuo seguía viviendo en el pasado, y solo pendiente de ver cómo atendía mejor a su amo.

El plano que encuadra el señor Stevens refugiado en una parada de autobús bajo la lluvia tras visitar a la señorita Kenton, cuyo matrimonio está a punto de deshacerse, expresa el vacío, la soledad de una vida en la que irónicamente siempre ha actuado con un comportamiento intachable.

Mucha gente jubilada, pero también en plena madurez como el mayordomo de la novela, prefiere seguir pensando en el pasado y no demostrarse optimista y aprovechar al máximo lo que resta del día. Ciego por sus pensamientos, y con una sola visión pendiente del trabajo, al final se queda íngrimo y solo perdiendo la oportunidad que la realidad le ofrecía a través de la señora Kento.

Solo se vive una vez. No la perdamos, aunque tengamos la sensación de que

pueda ser muy tarde, pero nunca es tarde cuando la dicha llega.


 
 
 

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