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Los grandes hombres

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 13 jun 2017
  • 4 Min. de lectura

Los grandes hombres, aquellos que hacen historia, no se miden por su estatura, talla, corpulencia o, porque más gritos peguen; se miden por su inteligencia, coraje, valor, astucia, humildad y honor. Hombres como Don Rodrigo Díaz de Vivar (1043 - 1099), mejor conocido como el Cid Campeador, fue uno de aquellos que hizo hasta jurar a un rey ante su pueblo. Por el hecho de obligar a que Alfonzo VI de Castilla y León jurase lealtad ante su pueblo, fue repudiado por éste y expulsado del reino, so pena de muerte a aquel que le diera alojamiento, comida y agua. Fuera de la ciudad amurallada y en camino hacia su destierro un mendigo, leproso y además ciego, pronuncia su nombre pidiéndole agua, a lo que el Cid, después de darle de beber, le pregunta:

- ¿Cómo sabes que soy el Cid si no me has visto? - Sólo un hombre que arrodilla a un rey y da de beber a un leproso no puede ser otro que Mio CID – Le respondió el mendigo. Así como Don Rodrigo Díaz de Vivar, caballero que obligó a jurar a un rey y derrotó a los moros expulsándolos de España, demostró, de esta manera, su valía de grande hombre. Siete siglos después, aquí en la América Hispana, en un pequeño pueblo de Trujillo, Santa Ana, un 26 de noviembre de 1820, dos grandes hombres: Pablo Morillo, Mariscal de Campo del Reino de España y Simón Bolívar, mejor conocido como el Libertador, se reúnen para firmar un armisticio que puso fin a la cruenta guerra a muerte, apocalíptico acontecimiento decretado en 1814, el cual dejó a su paso solo desolación, miseria, peste y muerte.

Ambos generales asisten a la consabida entrevista acompañados de sus estados mayores. El Mariscal Morillo luce un flamante uniforme cargado de condecoraciones, algunas de ellas ganadas en la guerra contra la invasión de Napoleón a España. El Libertador, relata Rumazo González (2006), carente de tales lujos, da muestra, lo mismo que sus oficiales, de una señalada modestia. Morillo da la impresión de un extraordinario vigor en contraste con la sencilla y modesta apariencia de Bolívar. Al verlo, el Mariscal, que nunca había visto en persona al Libertador, expresa a sus generales: - ¡Cómo! Aquel hombre pequeño, de levita azul y gorra de campaña, y que viene en una mula, ¿es el general Bolívar?

Varios días después de esta entrevista que regulariza la guerra, Morillo le informa al Rey sobre Bolívar en estos términos: Que, nada es comparable a la incansable actividad de este caudillo. Su arrojo y su talento son sus títulos para mantenerse a la cabeza de una revolución y de la guerra; pero, es cierto que tiene de su noble estirpe española rasgos y cualidades que lo hacen muy superior a cuantos lo rodean. Él es la revolución.

Lo logrado por Bolívar en Santa Ana fue un extraordinario triunfo diplomático que hizo que quince días más tarde Morillo entregara el mando de las tropas realistas al general Miguel de la Torre y regresara a España.

Con respecto a Pablo Morillo, no se puede obviar que este español de estirpe rancia era un verdadero general que luchó contra las tropas invasoras de Napoleón. Otros, como Monteverde, Zuazola, Rosete, Antoñanza, Morales, Boves, por citar a los que más se destacaron por su crueldad, no fueron más que unos vulgares caudillos sin ninguna preparación militar. Estos desalmados, valiéndose de la ignorancia de un pueblo que, para el momento en que vivía no tenía idea de lo que era el concepto de libertad, lo manipularon contra los mantuanos, llevando a ambos a una guerra civil sin cuartel, guerra que duro cinco años hasta la llegada de Pablo Morillo con tropas peninsulares, momento en el que el conflicto adquiere carácter internacional.

Sin embargo, comenta Indalecio Liévano Aguirre (1976), Morillo, cuando las tropas napoleónicas invadieron a España, la guerra de resistencia nacional lo encontró en la primera línea de combate en donde desplegó recursos e iniciativas que le conquistaron rápidos y merecidos éxitos; en la batalla de Belén sus superiores le distinguieron por su valerosa conducta; en Vigo ganó las insignias de coronel y en Sampayo contribuyó a la derrota del Mariscal Ney. Estas acciones bélicas le conquistaron un elevado cargo en las fuerzas militares españolas y un sólido prestigio entre sus subalternos.

En fin, Pablo Morillo no fue sólo un brillante oficial del ejército sino el conductor del pueblo español mismo, que en forma valerosa y espontanea había salido a la defensa de su soberanía en el momento en que su Rey se rendía ante el emperador francés. Después de la batalla de Vitoria, en la cual su intervención tuvo mucho de decisiva, fue recompensado con el grado de Mariscal de Campo.

Restaurado Fernando VII en el trono español, Morillo fue seleccionado como uno de los generales más idóneos y con experiencia de guerra para enfrentar a otro grande hombre en las colonias españolas, y de quien se decía por allá en la madre patria que, Bolívar, además de ser un gran capitán y líder militar, era un hombre que se crecía en las dificultades. Tamaño compromiso tuvo que enfrentar el Pacificador cuando el 3 de abril de 1815 arribó a las costas de Carúpano, siendo recibido por Morales al frente de 5.000 hombres a caballo pertenecientes a las antiguas legiones de Boves.

Sus contrincantes, en verdad no fueron Arismendi, quien se rindió y pidió clemencia en Margarita, ni Mariño, ni Bermúdez, tan solo Páez en las Queseras del Medio; sino a aquél que no vendría del Sur, como lo relata Liévano Aguirre, vendría entonces de las islas del Caribe a quien sus compatriotas venezolanos habían expulsado de Carúpano, y los granadinos exaltados por Castillo, habían arrojado de Cartagena: Simón Bolívar.

Ahora, ¿qué tienen en común hombres como don Rodrigo Díaz de Vivar, Pablo Morillo y Simón Bolívar? Todos ellos, además de líderes, fueron excelentes generales forjados bajo el fragor de las batallas. Entre sus muchas virtudes y valores destacaron la audacia, la justicia, la solidaridad, el respeto por el vencido, la amistad, la sinceridad y el fiel cumplimiento de su palabra.

Fuentes bibliográficas consultadas:

Liévano Aguirre, Indalecio (1971). Bolívar. Editorial Oveja Negra. Bogotá, Colombia.

Rumazo González, Alfonso (2006). Simón Bolívar. Ediciones Presidencia de la República. Caracas, Venezuela.


 
 
 

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