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Amor a la sabiduría

  • Por Julio A. Sánchez F.
  • 15 ene 2017
  • 4 Min. de lectura

Hace algún tiempo uno de mis alumnos me preguntó en una clase de estrategia para qué servía la filosofía. Qué con qué se comía eso. Mi respuesta en ese momento convino en que la filosofía, como yo la entendía, era amor a la sabiduría. El origen de la palabra viene del griego fhilia, amor, y sophia, sabiduría, pero quise dejar bien claro que la filosofía no es un simple amor al conocimiento; no es únicamente amor a una sabiduría fácil de explicar, pues a lo largo de los siglos han habido muchos y grandes hombres que la han amado, pero cada uno de ellos a su manera, y cada uno ha amado en la sabiduría un aspecto especial, predilecto.

Para mí, concluí, la filosofía es un saber sobre que hay más allá de lo que uno conoce, de la infinitud del universo, pero, también amor hacía nosotros mismo, hacia el prójimo que nos rodea y hacia esa fuerza divina, que no la vemos, pero que la sentimos y percibimos cuando los rayos de sol nos calienta en una mañana fría como la que disfrutamos en estos primeros meses del año. Sin embargo, no quedé muy conforme con la respuesta. Le pedí el correo al alumno y luego me puse a indagar sobre este complejo tema.

Para Fernando Savater (2008), en su libro La aventura de pensar, la filosofía trata de buscar una plena visión holística de las cosas, del conjunto, de digerir la información que nos llega por diferente medios de comunicación. El problema que se plantea con respecto al amor a la sabiduría es que a la hora de conocer sobre un asunto en particular nos llenamos de mucha información; por ejemplo, por internet. Pero esa enorme masa de información puede que sea falsa, irrelevante, infundada, pero también puede que sea importantísima.

El problema para la filosofía, argumenta Savater, ya no es recibir información, hoy casi todo el mundo tiene más información de la que puede manejar, el problema es orientarse de tal manera que la información sirva para algo. Es decir, la filosofía es la pretensión de que hay que crear un marco muy parecido a un tamiz en donde entre lo relevante, contra lo trivial y lo engañoso.

Como vemos, Savater se va hacia la razón de la epistemología, una rama de la filosofía que trata sobre la interpretación del conocimiento. La filosofía, como la conocemos, es mucho más compleja y profunda cuando su finalidad fue ya determinada por los antiguos griegos, entre ellos Sócrates, Platón y Aristóteles, como la búsqueda de la verdad, del bien, de lo bello, en un ejercicio moral que desarrolla el ser humano un su trajinar por estos caminos de Dios. Para San Agustín, muchos siglos después de los griegos, pero pensando como Aristóteles, señala que la filosofía es una luz capaz de iluminar la experiencia para hacer que resplandezca en la mente de las personas las esencias inteligibles de las cosas.

Al que la manifiesta y la siente lo llamamos simplemente filósofo, pero cuidado, filósofo no es aquel que se doctora como tal, ni cualquier bicho con uñas que habla de ontología, epistemología y axiología como si el mencionar estos conceptos lo elevan por encima de otros. Para Platón, en su diálogo República (457 e) el filósofo genuino y auténtico es el amante de contemplar la verdad, el amigo de agradecer la vida y con ello todas sus oportunidades y beneficios que nos ha hecho placentera nuestra corta estancia en la tierra. Y en el mismo dialogo, Platón dice que se han de llamar filósofos a los que también son capaces de abrazar, de dar la bienvenida a todos los seres, y sentir en cada uno de ellos lo que tengan de inmutable, de eterno, de siempre idéntico.

Porque a la manera como cada uno de nosotros ama a la mujer por un motivo, bien sea por su distinción, por su belleza, por su carácter afable y algunas veces tierno, y hasta como fuente de inspiración, así los filósofos han amado a la sabiduría por diversas razones. Sin embargo, la actitud más ordinaria de muchos que se doctoran no es, por cierto, la de mirar pura y simplemente ni mucho menos amar a la sabiduría. Son amigos de poseer, de gustar dominar, de servirse de la gente y de las cosas, gastarlas, consumirlas y manipularlas según sus gustos.

Pues bien, no se puede ser filósofo sin colocarse, ante todo, en una actitud humilde ante la sabiduría como la de Jesús cuando le respondió a Pilatos que él no era un Dios terrenal, y que su reino no era de este mundo. Y aun así fue crucificado, muerto y sepultado; pero, al resucitar al tercer día demostró con humildad que estaba muy por encima del poder de los hombres.

Pues, filósofo es aquel que no necesita demostrar que es tal. Es un gran apreciador de los hombres y de las cosas, y no atiende más que al mérito, sean cuales el rango, cargo, el estado y la fortuna de las personas. No expresa a viva voz su amor a la sabiduría, y por más difícil que sea una situación, nunca deja de buscar una salida, ni de luchar hasta el ultimo momento. Pero, también es aquel que en momentos de crisis encuentra la solución donde para otros ha sido solo oscuridad e incertidumbre. Es aquel que da sin esperar nada a cambio, que jamás juzga a alguien antes de saber por qué y ama a su prójimo como a sí mismo.

Filósofos, entonces, son todos aquellos que comprenden la realidad de las cosas en un primer momento, y se sienten sabios cuando hablan moderadamente con los que considera grandes; con prudencia con sus iguales; sinceramente con sus amigos, dulcemente con los pequeños y eternamente con los oprimidos.

En fin, son los que tienen siempre su alma en estado puro para aparecer dignamente delante de su conciencia, y que su amor por la sabiduría no es simplemente una manifestación, sino que lo demuestra en todo momento con sus obras.


 
 
 

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