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Las diferencias

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 31 dic 2016
  • 5 Min. de lectura

Unos de los pocos placeres que puedo darme el lujo de disfrutar en estos momentos de crisis es la lectura, la televisión, visitar centros comerciales para ver vitrinas, cosa que asombra cuando uno mira el precio al pie de cada prenda, artículo u objeto. Un flux de los que vende Montecristo, que antes no pasaba de ochocientos bolívares, hoy se ofrece en ochocientos mil bolívares. Ver televisión se ha hecho muy aburrido. Las películas las repiten muchas veces, y las noticias de algún evento interesante que haya ocurrido durante el día solo se puede ver durante la noche en los noticieros.

La pérdida del valor de mis ingresos financieros, debido a los altos índices inflacionarios, me obligan a quedarme en casita durante estas vacaciones de Navidad y fin de año. Sin embargo, disfruto mucho el hecho de visitar librerías que, aún con los altos precios de los libros, escudriñando bien los estantes a veces me encuentro con unas obras interesantes y a precios viejos como la que adquirí recientemente: La culpa es de la vaca.

El libro es una recopilación de anécdotas, parábolas, fábulas y reflexiones sobre diferentes aconteceres que al leerlos nos dejan una gran enseñanza. Pero, ¿cuál es el interés de mencionar esta obra, lo caro que están las cosas y las noticias en la televisión? Bueno. Lo que quiero expresarles tiene que ver con uno de los mensajes del libro y con uno de los eventos que trasmitía un reportero en el programa de noticias que pasan casi todos lo canales a eso de la diez de la noche.

Resulta que en el noticiero que transmite Televen a esa hora se veía a un grupo de personas en actitud de protesta porque aún no habían recibido por parte del gobierno sus bolsas de comida. Una mujer, joven y morena, reclamaba muy furibunda que la ultima bolsa la había recibido hacia más de cuarenta y cinco días. Cuando correlaciono el hecho con uno de los mensajes del libro titulado Las diferencias, comparo la triste realidad que viven la mayoría de las personas que residen en las zonas que ahora se les ha dado en llamarlas populares. Ello se debe a esa cultura adquirida durante muchos años llamada facilismo que nos permite la renta petrolera, pero también a la oportunidad, la viveza criolla y al paradigma de que sus necesidades otros tengan que satisfacerlas, mientras esperan que el devenir les llegue de la mejor manera.

Las diferencias hace alusión a que los deseos de las personas se orientan en progresar, salir de la pobreza y ser feliz. La mayoría piensa que acumulando riquezas pueden lograr esos anhelos, pero olvidan que la mejor manera de lograrlo es con el esfuerzo del trabajo. Así como hay personas que lo han logrado quemándose el pecho, hay otras que esperan que los bolívares les caigan como lluvia en momento de vaguada. Pero, ésto también pasa con las naciones, con los pueblos, con los países.

Al respecto, refiere la anécdota, la diferencia entre unos y otros no está en el tiempo durante el cual han sido habitados como lo demuestran pueblos como el indio y el egipcio, los cuales albergaron en sus momentos grandes civilizaciones hace miles de años y hoy en día son pobres. En cambio Australia y Nueva Zelanda, que hace poco más de ciento cincuenta años eran territorios casi deshabitados y desconocidos, son ahora países desarrollados y ricos.

La diferencia entre los países pobres y ricos tampoco está en los recursos naturales con que cuenta. Japón, por ejemplo, tiene un territorio muy pequeño, del cual el ochenta por ciento es montañoso, no apto para la agricultura ni la ganadería; sin embargo, es una potencia económica mundial que, a manera de inmensa fábrica flotante, recibe materias primas, las transforma y las exporta al resto del planeta en productos y en bienes manufacturados, obteniendo de ello riquezas.

Suiza no tiene océano ni mar en donde floten barcos, pero cuenta con una de las flotas navieras más grande del mundo; no tiene cacao como el nuestro, pero fábrica el mejor chocolate; en sus pocos kilómetros cuadrados se pastorea y cultiva sólo cuatro meses al año, debido a que en los demás meses las condiciones climáticas no le son favorables, no obstante produce los mejores lácteos de toda Europa. Al igual que Japón, un país sin recursos naturales que exporta bienes y servicios, Suiza es un país pequeño cuya imagen de seguridad, orden y trabajo lo ha convertido en la caja fuerte del mundo.

Tampoco la inteligencia de las personas marca una diferencia, como lo demuestran muchos estudiantes de países pobres que emigran a países con una alta tecnología, logrando resultados excelentes. Otro ejemplo lo dan los ejecutivos de los países industrializados que visitan las fábricas de los países pobres, y al hablar con ellos se dan cuenta de que no hay mucha diferencia intelectual con respecto a ellos. Finalmente, tampoco la raza marca la diferencia: tengamos presente que en los países centro europeos o nórdicos, los emigrantes que llegan a ellos por diferentes causas, demuestran ser una fuerza productiva como ocurre en Estados Unidos, no así en sus propios países, donde quizá no tuvieron oportunidad, o nunca supieron someterse a las normas básicas que hacen grande a una nación. Lo que hace la diferencia, entonces es la actitud de las personas.

Ahora ¿cuál es el secreto? Las diferencias refiere que al estudiar la conducta de los individuos de los países desarrollados se descubre que su cultura se basa en los siguientes valores: La moral como principio, el orden y la limpieza, la honradez en sus actuaciones, la puntualidad en sus compromisos, la responsabilidad en sus actos, el deseo de superación, el respeto a la ley y demás normas de conducta, el respeto a la propiedad privada y al derecho de los demás, el amor por el trabajo y la previsión del futuro mediante el ahorro.

Concluye Las diferencias con esta interrogante por parte del autor: ¿Necesitamos más leyes como como éstas? - No, sería suficiente cumplir y hacer cumplir estas simples reglas. Lamentablemente lo que viene quizá no sería del agrado de mucho de nosotros, pero en nuestros países latinoamericanos, y particularmente en el nuestro, sólo un segmento de la población las sigue en su vida diaria. No somos pobres porque nos falten recursos como el petróleo, agua, hierro, metales preciosos, extensas llanuras para la ganadería y la agricultura, bellas y cálidas playas que deleitarían al turismo, paisajes que obnubilarían a muchos visitantes como el Guaraira Repano, antiguo Avila. Más bien la naturaleza ha sido benigna con nosotros al ofrecernos climas primaverales como el de la Sultana del Avila, como antiguamente llamábamos a Caracas, como el de Mérida, la Ciudad de los caballeros. Pero también cálidos como mi ciudad natal Coro, o de Maracaibo, la Tierra del Sol Amada.

Somos pobres, como lo expresa la anécdota, porque simplemente carecemos del carácter, la educación, el temple y la perseverancia para cumplir los valores más elementales que permiten que las sociedades avancen hacia su desarrollo, como lo demuestra el sabio Aristóteles en su obra Ética a Nicómaco.


 
 
 

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