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El sueño de Bolívar

  • Julio A. Sánchez F.
  • 20 nov 2016
  • 3 Min. de lectura

Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir…fragmento de una copla de una serie de coplas de Jorge Manrique (1440 – 1479) escritas en memoria a lo que fue la vida de su padre; una metáfora en la que expresa el poeta lo finita que es la existencia del ser humano. Pero, creo en mi humilde pensar que este insigne bardo tuvo un pelón al querer comparar la vida humana con el recorrido que hacen los ríos, desde que nacen hasta que se confunden con el mar. Yo, más bien creo como aquella vieja canción que dice: Mira que cabeza loca poner tus ojos en mí, yo que siempre ando de paso no puedo hacerte feliz, olvídame te lo ruego yo soy como el Paraná que sin detener su marcha besa la playa y se va…Por el contrario, las aguas de los ríos no mueren cuando llegan al mar, forman como un todo un inmenso océano que con sus corrientes marcan el destino de las embarcaciones obligadas a seguir su curso.

Así como las aguas de los ríos al fundirse con el mar forman esos inmensos océanos que hoy conocemos por elemental geografía escolar, así mismo era lo que Bolívar quería cuando unió por allá un 17 de diciembre de 1819, que casualidad, un mismo día y mes, pero once años antes de su desaparición física, vio realizado su sueño cuando el Congreso de Angostura dictó la ley fundamental de la República de Colombia, la cual quedaba conformada por el territorio del virreinato de la Nueva Granada y la Capitanía General de Venezuela.

Llegar a tamaña empresa no fue tarea fácil para Bolívar. Se necesitaron nueve años de guerra en donde la sangre, el sudor y las lágrimas muchas veces impedían a los bravos guerreros apretar con fuerza la lanza o la espada. Quizá, unos las blandieron con mucho fervor patriótico y, otros, obligados por las circunstancias; pero, lograron que en Carabobo, Boyacá, Junín, Bombona y finalmente en Ayacucho, como bisagras de un gran portón, se le unieran después Quito y Guayaquil.

En su mente, Bolívar se figuraba a un gran país con costas por el Caribe, el Pacifico y el Atlántico capaz de enfrentarse a las grandes potencias e imperios que en ese Siglo XIX se constituían en una amenaza si cada una de las naciones liberadas se empecinaban en mantener su individualidad, cosa que si lo hizo el Perú a sabiendas de que los españoles aún tenían esperanza de reconquistar su imperio.

Pero no todo es dicha en la viña del Señor. Tenían que aparecer los vicios que corroen las almas de los que no tienen una visión de largo alcance: el egoísmo, la envidia y los subjetivismos en las humanidades de Santander, Páez, y luego de Juan José Flores.

Santander exigía que la capital fuera Bogotá, mientras que el zamarro llanero lo hacía por Caracas. Ambos argüían que ese inmenso territorio lo separaba la cordillera andina, pero sus escasas condiciones de estadistas, cosas que le sobraban a Bolivar, le impedían reconocer que una misma cultura, un mismo idioma y hasta una misma religión bastaban para mantener unidas a las incipientes naciones que nunca fueron consultadas. Son muchas cosas las que nos unen que las que no separan, y nunca llegaron a pensar que un canal como el de Panamá, que sí estuvo en la visión de Bolivar, pudiera solventar tamaña limitación.

Las fronteras son marcadas de manera egoísta cuando se piensa que el vecino las cruzará con un fusil en la mano. Pero, no se han dado cuenta los Santander, los Páez y los Flores, maneras de pensar que todavía perviven en la mente de muchos personeros de ambos lados, que el ser humano en su andar no tiene límites. Va de un lado a otro cuando su real gana se lo exige; se une en matrimonio, o se rejunta, sin pedirle permiso a alguien como se puede evidenciar en los territorios comprendidos entre Cúcuta y San Antonio, Maicao y el Mojan, Arauca y Guasdualito, por no citar al Goajiro que le importa un comino esa raya imaginaria que divide el territorio de sus ancestros.

Para el ser humano el mundo terrestre es único, y más aún con el desarrollo tecnológico de los medios de comunicación ir de un país a otro es cosa de horas, cosa difícil pero no imposible fue para Bolivar, que unas veces a caballo y otras en buques de vela llegó hasta más allá en donde otros no pudieron como le ocurrió a San Martin. Para el hombre en su trajinar diario no hay caminos largos ni lo paran fronteras. Ya lo dijo otro poeta: Caminante no hay camino, se hace camino al andar…


 
 
 

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