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El conocimiento en el diálogo, la discusión y el aprendizaje

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 6 nov 2016
  • 3 Min. de lectura

Para que exista el dialogo, una discusión sana o un intercambio de ideas entre personas es fundamental que exista conocimiento y experiencia sobre los temas o materias a tratar. Con respecto al conocimiento, el hombre lo ha considerado desde la antigüedad con pensadores como Sócrates, Platón y Aristóteles, y antes que ellos los Presocráticos. A este estudio se le llama gnoseología o teoría del conocimiento, pero también se le conoce como epistemología, sin embargo, como el hombre, el ser humano, está de por medio, es mejor denominar a este estudio filosofía de la ciencia.

El conocimiento, según Juan José Sanguineti (2005), fue estudiado en un primer momento el campo de la psicología por pensadores clásicos y medievales en el sentido de la lógica, las sensaciones, percepción e inteligencia. Pero, fue con la filosofía moderna cuando el conocimiento se configuró de modo autónomo con el objetivo de realizar un examen crítico con respecto a las condiciones de confiabilidad de nuestros recursos cognitivos: la razón, la experiencia, el instinto y la intuición. Otros temas sujetos a la crítica fueron la duda, la conciencia, los criterios de verdad, la evidencia, el error, la opinión y la confiabilidad de los sentidos en los procesos de discusión.

No obstante, fue en el siglo XX cuando el estudio del conocimiento se enriqueció cuando apareció la filosofía del lenguaje, es decir, la importancia del entendimiento y del dialogo entre los seres humanos, la cual dio paso para que los hombres se comprendieran mejor. Sin embargo, para que el dialogo exista, la problemática gnoseológica entre conocimiento y pensamiento debe estar alineada con la experiencia, la razón, y hasta con la intuición, de los dialogantes. Es casi imposible que dos seres humanos que no tengan un mismo nivel de conocimiento y experiencia puedan intercambiar ideas, ponerse de acuerdo sobre problemas que los aquejen, y mucho menos que aquejen a una colectividad, si ambos no convergen de manera sinérgica para ir en una misma dirección. Y lo que es más grave, dialogar con intereses contrapuestos.

Para que un intercambio de ideas sea productivo y logre sus objetivos es importante recordar que existen en psicología muchas inteligencias, pero solo dos destacan en el intercambio de ideas: la razón y la intuición. La inteligencia racional ha sido aceptada no sólo como base de la civilización occidental sino también como sinónimo de la palabra inteligencia. Dialogar de manera racional nos invita a hacer conexiones de tipo secuencial, lógicas y precisas para ser exactos; pero, también para hacer propuestas y conexiones detalladas ordenándolas en un proceso secuencial en el que las razones y las emociones de cada uno sustancian cada aspecto del dialogo.

En el mismo orden de ideas, el proceso intuitivo, según Elaine de Beauport (2008), implica la recepción de información e intercambio de ideas, pero con una recepción diferente de aquella involucrada en el pensamiento racional, la cual tiene lugar más profundamente y a una velocidad más alta que cualquier cerebro normal pueda captar. Pero, para que ello ocurra se necesita tener un sistema de creencias o de valores que involucre a las personas en una vastedad más allá de sus fronteras de pensamiento, una capacidad de auto - observación tanto de la realidad problemática como de su propia realidad, y la sintonía, voluntad y capacidad de afinar o entonar el sistema biológico, mental y espiritual en relación con la auto – observación y de la observación de todo lo que nos rodea.

Cuando las partes que dialogan o discuten no logran llegar a ningún resultado favorable para ambas, entonces, se acude a un tercero con mayor experiencia y conocimiento para que funja de intermediario y equilibre los vacíos de conocimiento en donde el sentido común, que es el más común de los sentidos, no haya podido lograrlo.

Si aun así este sabio intermediario no hace que las partes lleguen a un acuerdo, tendría que invocar a San Agustín en aquello de la teoría de la iluminación, según la cual, la mente percibe verdades absolutas y eternas, no en base a los sentidos, ni a la razón, ni a la intuición, sino gracias a una luz divina en el interior del espíritu humano capaz de iluminar la conciencia para hacer que resplandezca en la mente las esencias inteligibles de las cosas.

Fuentes bibliográficas referenciales:

De Beauport, Elaine (2008). Las tres caras de la mente. Editorial Alfa. Caracas, Venezuela.

Sanguineti, Juan José (2005). El conocimiento humano. Una perspectiva filosófica. Colección Albatros. Barcelona, España.


 
 
 

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