Bolívar: del Manifiesto de Cartagena al Discurso de Angostura
- Julio A. Sánchez Flores
- 9 oct 2016
- 14 Min. de lectura

Del Manifiesto de Cartagena en 1812 al Discurso de Angostura en 1819, pasando por el Decreto de Guerra a Muerte en 1813, son los siete años que a mi humilde criterio reflejan nuestra realidad nacional hoy día, y que nos señalan las causas por la cual en los momentos de crisis no terminamos de dar pie con bolas. Son siete años que nos sirven de evidencia del por qué a partir del 19 de abril de 1810 hasta la llegada de Pablo Morillo, el conflicto por la independencia se transformó en una Guerra Civil.
Estos documentos que registra la historia patria nos muestran a groso modo los muros que nos impiden entrar en el modernismo que nos ofrece el Siglo XXI. Analizar el pensamiento de Bolívar sobre estos siete años de penuria durante la gesta independentista, quizá nos permita entender nuestra realidad social. Superarla es nuestro mejor reto para así explotar las bondades que nos ofrece el mundo moderno.
Su ideal sobre la libertad y la concepción de la república como forma de gobierno ya germinaba en su mente desde su permanencia en Europa, y se ratifica en Cádiz cuando fue juramentado por la logia masónica que: solo dará descanso a su alma cuando vea liberada a la América del yugo español. Juramento que comienza a evidenciarse en aquellos aciagos días en que los mantuanos, en compañía de Francisco de Miranda, daban los primeros pasos para la conformación del primer congreso en 1811.
Tres hechos de gran significación mundial sirvieron de base para la conformación del primer congreso: la independencia de los Estados Unidos, las doctrinas liberales de la Revolución Francesa según las cuales el Poder venia del pueblo, es decir, del Soberano y no de Dios, y que este poder no era omnímodo, sino dividido en tres ramas responsables, sirvieron de ejemplo y de doctrina para la expresión de su pensamiento. Pero, esto no es todo, en lo que más puso énfasis Bolívar fue en la igualdad de todos los hombres ante la ley.
Este ideal no es nada nuevo en Bolívar, ya desde su niñez y juventud lo expresaba ante sus maestros y familiares. En su adolescencia vivió en Madrid y Cádiz en compañía de sus tíos Pedro y Esteban Palacios en la residencia de Manuel Mallo; este último, amante de la reina María Luisa, consorte del rey Carlos IV, tenía acceso a los recintos palaciegos. Sin embargo, no todo es dicha y felicidad para estos venezolanos. La situación con respecto al romance de Mallo con la reina se torna complejo y difícil debido a que Godoy, duque de Alcudia, quien siempre había sido el favorito de María Luisa, regresa a su lecho.
Este, Godoy, en una actitud vengativa, desata inmediatamente persecución oficial contra Mallo y sus amigos, refugiándose Bolívar en casa del marqués de Ustariz, hogar donde conoce a su futura esposa María Teresa Rodríguez del Toro, hija de Bernardo Rodríguez del Toro, encumbrado noble español. Se casa, y se traslada a Venezuela con su joven esposa; pero, el destino le juega una mala pasada. María Teresa, afectada por el paludismo, muere en cortísimo plazo cuando apenas iban a cumplir dieciocho meses de matrimonio.
Regresa a Cádiz, donde se encuentra nuevamente con sus tíos Pedro y Esteban, ciudad en la que toma conocimiento y amistad con numerosos mantuanos, varios de ellos pertenecientes a la Logia de Cádiz, filial de la Gran Logia Americana de Londres, en donde al ingresar lo obligaron a prestar el siguiente juramento: Nunca reconocerás por gobierno legítimo de tu patria sino aquel que sea elegido por la libre y espontánea voluntad de los pueblos, y siendo el sistema republicano el más aceptable al gobierno de las Américas, propenderás por cuantos medios estén a tus alcances a que los pueblos se decidan por él. Este juramento prestado dentro de los ritos de la masonería, según Rumazo González, en su obra Bolívar, debió de tatuarse en el corazón del iniciado como con estilete de llamas, pues fue leal a él toda su vida.
Después de Cádiz, se va a París debido a que el cornudo rey Carlos IV decreta que todos los naturales de colonias deben abandonar la capital del reino en el que hay peligro de una hambruna. Ya en la Ciudad de las Luces, un momento quedó grabado en su mente, como lo fue la coronación de Napoleón; pero, también otro como la visita que hizo después al Papa Pio VII en Roma. Con respecto a la coronación de Napoleón, el joven Bolívar hizo un comentario sobre la actitud despótica del Gran Corso en la que lo acusaba de haber traicionado la causa de la libertad al aspirar a la tiranía por la invasión de los derechos del pueblo y la organización del poder sacerdotal. Reprueba a los soldados su cooperación, a los oradores su jalabolismo; demuestra su desprecio al clero que, en la impotencia de captarse la confianza del pueblo, se sometía al tirano poniendo en ridículo la nueva marcha de esta religión impuesta a bayoneta calada por el emperador.
El otro de los pasajes ocurre cuando en compañía de Vargas Laguna, embajador de España en Roma, obtiene audiencia con el Papa. A este Papa, aquél mismo de la triste historia de la coronación de Napoleón, Bolívar se le niega a arrodillarse y a besar la cruz que ve bordada en la sandalia. Comenta después: Muy poco debe estimar el Pontífice el signo del cristianismo cuando lo lleva en su sandalia, mientras los más orgullosos soberanos lo colocan en sus coronas.
El año de 1811 es una fecha crucial en nuestra historia. De todas las provincias que integraban la nueva República, solo siete estaban representadas en el incipiente parlamento que se iba a conformar; las que no participaron renovaron fidelidad con la Junta de Cádiz, en España, la cual defendía los derechos de Fernando VII ante la usurpación del trono en manos de José Bonaparte, a quien apodaban Pepe Botella. Los nuevos diputados, casi todos ellos mantuanos, en aquellos prolegómenos al 5 de julio, aún vacilaban sí apoyar la causa republicana, o los derechos a la recuperación del trono por parte de Fernando VII. Bolívar, ante tales titubeos los increpa diciéndoles con cierta ira palabras que quedaron registradas en los anales de la historia de Venezuela: ¡Trescientos años de calma!, ¿no bastan?... ¡Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana; vacilar es perdernos!
Hoy, en pleno siglo XXI, el pensamiento de Bolívar se ha constituido en eje transversal para la conformación de leyes y doctrinas en Venezuela y, es tanto así, que ha servido de fuente a muchos países americanos. Nuestra Constitución se identifica de Bolivariana, como también la Fuerza Armada Nacional y no pocas instituciones y organizaciones en Venezuela, como también en el resto de América. Pero, me hago la siguiente pregunta: ¿Qué parte del pensamiento bolivariano ponemos en práctica para entender y posicionarnos en nuestra compleja realidad cuando hoy las crisis y los problemas nos abruman y nos dividen, impidiéndonos ver la luz en una inmensa niebla de incertidumbre? Cuatro documentos historiográficos nos pueden dar la respuesta: El Manifiesto de Cartagena en 1812, el Decreto de Guerra a Muerte en Trujillo en 1813, la Carta de Jamaica en 1815 y el Discurso de Angostura, este último ante el nuevo congreso que fue conformado en ese año de 1819.
El Manifiesto de Cartagena surge después de su derrota ante Domingo Monteverde. Decepcionado y sin mayores recursos el día 12 de agosto de 1812 Bolívar se embarca en el velero Jesús, María y José rumbo a Curazao; sin embargo, su recepción no fue del todo agradable, debido a que sus enseres le fueron confiscado por una presunta deuda que había contraído cuando era el comandante de la pérdida plaza de Puerto Cabello. Ante esta desagradable situación no le queda más remedio que partir hacia la Nueva Granada donde la revolución no había sido aún vencida. Al desembarcar en sus costas Bolívar llegaba a unas tierras que, a pesar que lindaban con Venezuela, no existían grandes diferencias sociales.
La minoría mantuana que constituía la raza blanca en Venezuela mantuvo durante la Primera República una sustancial diferencia de castas con respecto a los pardos, situación que condujo a éstos a sumarse a las tropas de Monteverde como una oportunidad para tomar venganza por los desmanes recibidos por parte de los blancos mantuanos. En cambio, en la Nueva Granada la superioridad numérica de la raza blanca permitió, desde un principio, adoptar una actitud prudente frente a las otras, cosa que facilitó una estrecha y amable vinculación entre las distintas clases sociales. Esta fortaleza, en el momento de luchar contra los españoles, evitó que no ocurriera en la Nueva Granada lo mismo que en Venezuela, donde los pardos se aliaron con los españoles para combatir a los mantuanos, sino que existiendo entre sus estratos sociales más contactos que oposiciones, sin odios ni reconcomios, la nación, como un todo, acompañara a su minoría dirigente con entusiasmo en la guerra de independencia, coyuntura social que no existió en principio en Venezuela.
Tales diferencias, según Rumazo González (ob. cit), explican el aporte de cada una de las dos colonias a la guerra de independencia. En Venezuela, la lucha inicial fue de castas convertida en una brutal guerra civil que dividiría sus fuerzas internas; en la Nueva Granada, por el contrario, el continuo y creciente proceso de mestización propiciado por la ausencia de un agresivo concepto de casta, determinó la existencia de un tipo humano en evolución racial.
Bolívar, antes de salir para el pueblito de Barrancas, guarnición que le había asignado un tal Labatut, oficial francés al servicio de la causa patriota en Nueva Granada, quien por cierto le tenía cierta animadversión y qué por haber traicionado a Miranda, publicó su famoso manifiesto en Cartagena. Comienza diciendo en este manifiesto que: Él es un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y políticas, que siempre le fue fiel al sistema liberal, y que ha venido a seguir aquí en la Nueva Granada los estandartes de la independencia. La Nueva Granada, que ha visto sucumbir a Venezuela, debe evitar los escollos que han destrozado a aquélla, razón por la cual presento como medida indispensable la reconquista de Caracas.
No obstante, sin restarle importancia a los primeros párrafos de este manifiesto, llamo la atención a lo que sigue, porque en es aquí donde se evidencia las verdaderas causas del fracaso de la Primera República. Al respecto, Bolívar refiere: Tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados. Sobre todo, fue un papel moneda que remató el descontento de los estólidos pueblos internos que llamaron al comandante de las tropas españolas para que viniese a liberarlos de una moneda que veían con más horror que la servidumbre… El espíritu del partido decidía en todo y por consiguiente nos desorganizó más de los que las circunstancias hicieron; nuestra división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud. Sabemos de parte de nuestros maestros y profesores de historia lo que aconteció después que Bolívar llegó a la Nueva Granada: Su Campaña Admirable. Esta fracasa por las mismas razones que había expuesto en su manifiesto en Cartagena.
Lo que no se consiguió con las ideas, se logró con la intimidación y la fuerza: el Decreto de Guerra a Muerte. Este nuevo manifiesto fue una declaración hecha por Bolívar en Trujillo durante la Campaña Admirable el 15 de junio de 1813. Significaba que tanto los venezolanos como los españoles y canarios que no participaban activamente a favor de la causa independentista se les cortaría la cabeza. Así mismo, que los americanos que habían cruzado lanzas contra los patriotas serían perdonados; además, comprometía a todos sin distinción con la causa patriota.
Según Indalecio Liévano Aguirre (1983), grave equivocación sufrió Miranda en Venezuela al suponer que las guerras de clases pueden concluirse con simples diálogos y armisticios, como se concluyen las guerras ordinarias. Este general, formado en las guerras que se sucedieron en Europa a raíz de la Revolución Francesa, no tuvo en cuenta que, dada las circunstancias como esta contienda había afectado la estructura misma de la sociedad venezolana, la celebración de la paz sólo podía conducir a la continuación de la guerra, adoptando ella formas y modalidades distintas. Apuntala después Rumazo González que, si Bolívar hubiera asumido esta postura, al comprobar como pudo hacerlo en Trujillo, habría abandonado la empresa, como se lo aconsejaban muchos de sus colaboradores ante una salida facilista. Sin embargo, el hombre para el que no existían obstáculos en un despliegue extraordinario de vitalidad y entusiasmo, se revela más digno que nunca al glorioso destino que le esperaba.
El Decreto de Guerra a Muerte no fue una simple represalia como lo han hecho ver algunos historiadores. Fue más bien un acto político en el que se afirmaba la muerte para los que se mantuvieran en la causa española, y la vida para aquellos que se acogieran a la patriota.
Específicamente en Santa Ana de Trujillo ese 15 de junio de ese fatídico 1813, cuando dice aquellas palabras que todavía truenan en el devenir de la historia: Y vosotros, americanos, dice el decreto, que el error y la perfidia os ha extraviado de las sendas de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos, en la misma persuasión de que vosotros no podéis ser culpables y que solo la ceguedad y la ignorancia en que os han tenido hasta el presente los autores de vuestros crímenes han podido induciros a ellos. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con la inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de americanos será vuestra garantía y salvaguardia…Esta amnistía se extiende hasta los mismos traidores que más recientemente hayan cometido actos de felonía; y será tan religiosamente cumplida, que ninguna razón, causa o pretexto será suficiente para obligarnos a quebrantar nuestra oferta, por grandes y extraordinarios que sean los motivos que nos deis para nuestra animadversión.
Lo que se desprende de este decreto revela el propósito firme de Bolívar de crear una línea divisora de manera definitiva entre España y América, y la integración de todas las clases sociales en una visión común, cosa que logró cuando las filas patriotas se vieron incrementadas con todos los colores: blancos, negros, indios, mulatos, zambos, en una causa común. Pero, todo no es felicidad en la viña del señor: aparece en escena José Tomás Boves acompañado de otro no menos cruel como lo fue Tomas José Morales. Qué casualidad, ambos no solo tenían en común su crueldad, sino también el Tomás.
A fines de marzo de 1815 estos dos nefastos personajes obligan a Bolívar abandonar las costas granadinas para dirigirse a Jamaica, territorio insular en manos de los ingleses. En esta isla entra en conversaciones con Maxwell Hyslop a quien le comenta que, si el general Morillo obra con acierto y celeridad, la restauración del gobierno español en América del Sur, parece infalible. Es verdad que el clima disminuirá las tropas europeas, pero el país les dará reemplazos con ventajas; pues, no debemos alucinarnos: la opinión de América no está aún bien fijada, y aunque los seres que piensan son todos, los independientes, la masa general ignora todavía sus derechos y desconoce sus intereses.
Refiere Rumazo González (ob. cit) que solo el renacimiento de energías y optimismo vital en Bolívar pudo explicar la producción de un documento tan trascendental como la llamada Carta de Jamaica, en momentos tan poco propicios que minara con confianza el porvenir. En ella refiere los problemas políticos de la América Hispana, analiza con intuición profética las características presentes y futuras de las distintas nacionalidades americanas, y formula soluciones cuya magnitud y acierto comienzan ahora a comprenderse. Su visión, argumenta Rumazo, de una América unida en una gran confederación de naciones libres y guiadas por aspiraciones internacionales comunes cualquier lector no sabrá que admirar más: si la grandeza del propósito o el contraste entre la magnitud del ideal soñado y las modestas y adversas condiciones en que se debatía quien tuvo el valor moral e intelectual de concebirlo.
Palabras más, palabras menos la Carta de Jamaica, concluida el 6 de septiembre de 1815 en Kingston, y dirigida a un tal Henry Cullen, Bolívar analiza en ella los sucesos históricos en todo el continente americano en la lucha por la liberación de España. En términos generales fue un balance del esfuerzo realizado por los patriotas en los años transcurridos desde 1810 hasta 1815. Sin embargo, el director de la Gaceta Real de Jamaica fue mucho más optimista, y en ese medio de publicación refiere que, con profunda y sagaz visión política Bolívar se dio cuenta que, a pesar de los reveses recibidos por las huestes de Boves y Morales, se podía conducir a una fermentación social capaz de engendrar condiciones políticas favorables al resurgimiento de la insurrección.
A tal efecto escribe el Director de la Gaceta: Después de haber experimentado los españoles reveses multiplicados y terribles, lograron por fin reconquistarla. El ejército del general Morillo viene a reforzarlos y completa la subyugación de aquel país; parecía, pues, que el partido de los independientes era desesperado, como en efecto lo estaba; pero, por un suceso bien singular, se ha visto que los mismos soldados libertos y esclavos que tanto contribuyeron, aunque por fuerza, al triunfo de los realistas, se ha vuelto al partido de los independientes que no habían ofrecido la libertad absoluta de los esclavos como lo hicieron las guerrillas españolas. Los actuales defensores de la independencia son los mismos partidarios de Boves, unidos ya con los blancos criollos, que jamás han abandonado esta noble causa.
De aquí se desprende que, a partir de ahora las masas integradas por mulatos, mestizos, saltos atrás, negros e indios unidos con los mantuanos, no se someterían fácilmente a las circunstancias sociales anteriores a lo que Bolívar había manifestado en Cartagena en 1012. Lo que no logró en un principio con el Manifiesto de Cartagena, se logra con el Decreto de Guerra a Muerte: la unión de las diferentes clases en un propósito y visión común que permitiera finalmente la expulsión de los españoles del suelo de América al final de la contienda.
Estos siete años de guerra, desde el Manifiesto de Cartagena hasta el Discurso de Angostura, Indalecio Liévano Aguirre, en su obra Bolívar, expresa lo siguiente: Que en la mente del Libertador se ha venido librando una incesante lucha entre sus antiguas y bien arraigadas convicciones ideológicas de Juan Jacobo Rousseau, y la fecunda experiencia de hechos y observaciones adquirida en el curso de sus campañas, situación que lo han hecho recorrer miles de kilómetros desde los Andes al Llano, de éstos al Caribe y finalmente a Angostura.
A esta última región, hoy Ciudad Bolívar, llega el 30 de enero de 1819, y el 15 de febrero, a las 10 de la mañana, en el salón de una vieja casona se reúne con el Obispo de Guayana; con un tal señor Irwin, representante de los Estados Unidos, y míster Hamilton, observador británico; además, los representantes de las provincias de Caracas, Barcelona, Cumaná, Barinas, Guayana, Margarita y Casanare; entre otras celebridades destacan Santiago Mariño, Rafael Urdaneta, Tomás Montilla y los doctores Francisco Antonio Zea, Juan Germán Roscio y Fernando Peñalver.
Como antecedentes a su discurso, Liévano Aguirre expresa que, la manera como los jefes españoles levantaron en 1814 a las masas populares contra los mantuanos quedó bien demostrada la impotencia de las misma para servir de fundamento a un Estado republicano y liberal. Y si a esto se agrega la carencia de vías de comunicaciones, la cultura abrupta del mundo americano, causas radicales, diferencia de espíritu y costumbre entre las distintas regiones, tienen el marco adecuado para el cual los 26 delegados próximos a reunirse en Angostura, habrían de elaborar una constitución política.
Complementa el referido autor sobre la realidad a la que tendrían que enfrentar estos diputados, en cuanto a la complejidad americana. Al respecto expresa: Clases dirigentes débiles en asuntos económicos y políticos; masas turbulentas de mestizos, indios, negros y pardos, que odiaban a los blancos y ambicionaban sus propiedades y privilegios tradicionales; profundas diferencias entre la psicología del habitante del llano y el de la altiplanicie, y la falta de riqueza económica necesaria para buscar el reparto más adecuado de ella, el aplazamiento de la guerra de clases y colores que parecía destinada a consumir en corto tiempo la oportunidad de organizar en América grandes estados nacionales, tales eran las circunstancias que reducían a las comunidades americanas a situación semejante a la del mundo occidental en los tiempos de decadencia del imperio romano.
Del Discurso de Angostura ante el nuevo congreso se desprende que el gobierno de Venezuela debe ser republicano y bajo un contrato social signado en una constitución liberal; sus bases deben ser la soberanía del pueblo, la división y respeto de los poderes, la abolición de la esclavitud, la libertad civil y la obediencia a ésta por parte de los militares. Bolívar culmina su discurso con estas palabras: Necesitamos de la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas, y las costumbres públicas.
En conclusión, de los cuatro documentos citados – Manifiesto de Cartagena, Decreto de Guerra a Muerte, Carta de Jamaica y el Discurso de Angostura, se deduce en el pensamiento de Bolívar la necesidad de constituir, no sólo en tierra venezolana sino también en toda América, un poder legislativo muy sólido y contralor, un poder ejecutivo fuerte y capaz de garantizar la estabilidad social, hacer efectiva la igualdad política de las razas y trabajar sin descanso para obtener la nivelación de los profundos desequilibrios políticos y económicos que los españoles habían dejado como una pesada carga a la República.
Su regia actitud sobre el cumplimiento a carta cabal de estos ideales es una cuestión sagrada que la pone de manifiesto con la firme decisión de fusilar a Piar. Este general, a pesar de ser uno de los oficiales más aguerridos y de eficientes tácticas demostradas en la Batalla de San Félix, es fusilado por generar una revuelta en los indígenas de las misiones del Caroní, y por provocar una revuelta entre los pardos.
Con esta decisión el Libertador no solo logra que las aguas vuelvan a su cauce, y que a la vez sirviera de escarmiento ante posibles futuras subversiones, sino pregúnteles a Páez, a Mariño y a Bermúdez: Muerto el perro, se acaba la rabia.
Fuentes bibliográficas consultadas:
Masur, Gerhard (1975). Simón Bolívar. Círculo de Lectores. Barcelona, España.
Rumazo González, Alfonso (2006). Simón Bolívar. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, Venezuela.
Mijares, Augusto (2009). Bolívar, Doctrina del Libertador. Fundación Biblioteca Ayacucho. Caracas, Venezuela.
Nazoa, Claudio (2004). Hacer postres es hacer patria. El Nacional. Caracas, Venezuela.
O´Leary, Daniel Florencio (1879 – 1888). Memorias del General…Caracas, Venezuela.
Yánez, Oscar (2004). Así son las cosas… Edición Planeta. Caracas, Venezuela.
Comentários