top of page
Buscar

Los canales del poder

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 20 ago 2016
  • 8 Min. de lectura

La definición del poder que hoy se percibe desde el ámbito político es la capacidad que tiene una persona, grupo u organización para imponer sus ideales, condiciones, voluntades y situaciones sobre un colectivo social, o sobre un adversario en caso de un conflicto. Para conocerlo y dominarlo, el que aspira a obtenerlo deberá desarrollar la habilidad de estudiar y comprender las razones de su uso. Para ejercerlo existen medios con los cuales se puede lograr y mantenerlo que Moisés Naim (2014) llama canales en su obra El fin del poder: la fuerza, el código, el mensaje y la recompensa, sin embargo, su aplicación no debe estar ajustado a la emoción e intereses personales de quien lo posea.

La fuerza, percibida como amenaza o disuasión, es el medio con el cual el gobernante con la sola intención de emplearla puede bajarles los humos a sus supuestos enemigos cuando se utiliza como mecanismo de presión. Su expresión más clara y sucinta son sus fuerzas armadas. El poder militar en un país, medido por el tamaño de sus componentes militares, su equipamiento, organización, dispositivo y su capacidad técnica, es la expresión más extrema del poder cuya capacidad máxima se puede poner de manifiesto en lo que Sun Tzu en su Arte de la Guerra denomina el empleo ortodoxo. La fuerza armada es el factor disuasivo que queda cuando la diplomacia no ha logrado dirimir un conflicto en una mesa de negociación. Es la continuación de la política por otros medios como lo expresa Clausewitz (1780 – 1831) en De la Guerra.

No obstante, hoy día ha cobrado valor lo que Naim (ob. cit) denomina el gran auge de las pequeñas fuerzas empleadas en tácticas de guerrillas. Desde que David mató a Goliat de una pedrada en la frente hasta el Vietcong en la guerra de Vietnam, la historia nos remite a adversarios más pequeños y peor equipados que resistieron y detuvieron, incluso derrotaron a enemigos superiores mediante ataques focales sin por ello entrabarse en combates decisivos.

Entre los artífices de este método de hacer la guerra contra un enemigo superior está el Che Guevara y Ho Chi Minh, además de Mao Zedong. Al establecer las diferencias entre la guerra de guerrillas y la guerra convencional, Mao llegó a la conclusión de que tanto la guerra convencional como la de guerrilla tienen exigencias totalmente opuestas en cuanto a su tamaño, empleo, coordinación y control. En la guerra de guerrillas pequeñas unidades actúan de manera independiente, con tareas precisas y objetivos definidos. En la convencional, por el contrario, el mando está centralizado. Así mismo, todas las unidades y armas de apoyo en los campos de batalla deben coordinarse y sincronizar su empleo. Por lo contrario, en la guerra de guerrilla es casi imposible mantener el control, por lo que los mandos deben actuar de manera descentralizados. El código, y no es el de Da Vinci, se encuentra representado por las doctrinas en el plano de la religión, de las ideologías, por la moral, los valores adquiridos y el compromiso asumido. El no cumplirlo no amerita un castigo corporal, sino más bien un rechazo por parte del grupo o logia. Religiones como el islam, y hasta el catolicismo presionan con la condena eterna en el infierno.

El mensaje, otro de los canales, se manifiesta a través de los medios de comunicación mediante la propaganda. Para Naim, el mensaje no necesita de la fuerza ni de un código moral, lo que hace es que la gente cambie de idea, de percepción; convence de que una política, estrategia o proyecto sea digno de que se escoja en lugar de otra alternativa. Hace que las personas vean de forma distinta una situación que quizá en la práctica no se ajuste a la realidad.

El cuarto de los canales de los que hace referencia Naim es la recompensa. Cualquier gobierno con los medios adecuados y necesarios hace que un adversario acepte una compensación en una negociación, pero también a cambio de los objetivos políticos que hayan sido formulados por el gobernante en pro de los gobernados, o a favor de sus intereses personales.

Pero existe otro oculto a veces, pero que se manifiesta en oportunidades y que permite a quien lo posea alcanzar también el poder: me refiero a la adulancia. No tengo la menor idea si la adulancia es una ciencia o un arte, pero Robert Grenne (1998) en Las 48 leyes del poder lo describe como: una realidad de la naturaleza humana que conforma una estructura caracterizada por la adulación en torno del gobernante, o de quien tiene el poder. Y es que los aduladores, o jalabolas en criollo, son unos artífices de la apariencia, saben que en donde se maneja el poder la mayoría de las cosas se juzgan según lo que parece. Se caracterizan por ser unos maestros de la palabra. Nunca dicen más de lo estrictamente necesario y sacan el mayor beneficio tanto de un cumplido como de un insulto recibido. De esta manera el adulador se convierte en el favorito del gobernante, y terminan siendo más poderoso que el mismo soberano al influir en sus decisiones.

La historia política de Venezuela está llena de anécdotas con respecto a los aduladores. Cuenta Oscar Yánez (2004) en Así son las cosas que, cuando el bloqueo por parte de potencias europeas había hechos sobre Venezuela, el general Castro, que para esa época era presidente de la república, se encontraba desesperado porque las costas estaban controladas por barcos extranjeros. Hay que calmar al jefe – gritaba un adulante - y salió de inmediato a buscarle una muchacha. A los pocos minutos regresó con una catirita de ojos azules. Castro se retiró con ella a la habitación cercana al salón de reuniones, pero al poco tiempo sale indignado y pide que le den un ron. La muchacha se fue con ojos llorosos y la cabeza inclinada.

Uno de los ministros presentes se le ocurrió tomar un vehículo e ir a visitar a una señora llamada Juanita Lugo, quien vivía a pocas cuadras de Miraflores. Al poco tiempo se presentó el fulano ministro con una andinita. Castro recibió a la andinita y desapareció, y a los veinte minutos reapareció arreglándose la camisa y dijo: al ministro fulano que le den la Orden del Libertador. Inmediatamente acordaron dársela. El ministro se limitó a decir gracias Presidente, e inclinó la cabeza como de costumbre, pero cuando Castro se fue, alguien le preguntó: Chico, yo no entiendo por qué te conceden la Orden del Libertador por haber traído al Presidente una andinita… ¿Qué vaina es esa? Explícame…

Ustedes observaron, respondió el adulador condecorado por el Presidente, que la primera muchacha que vino era rubia y de ojos azules. Esa fue una torpeza, porque si el Presidente está defendiendo a Venezuela contra el cobarde ataque de los ingleses y los alemanes, ¿cómo va a hacer el amor con una catira que le recuerda por sus ojos y su color a los traidores que han profanado el sagrado suelo de la patria? Castro no podía acostarse con esa mujer, porque es un patriota, por eso yo le traje una andinita, para que no se olvide que la sangre del Táchira lo hace siempre vencedor y nunca vencido…Cuando el hombre terminó de hablar, los otros adulantes se quedaron con la boca abierta.

Sin embargo, no solo los adulantes están dentro del entorno que está detrás del Poder. Hay otros personajes que presionan por su astucia, inteligencia o sagacidad. Estos individuos, haciendo uso de estas cualidades, manipulan al gobernante de tal manera que lo encierran en un círculo en el que solo tienen acceso unos pocos, incluyendo al manipulador.

Robert Greene narra en sus 42 leyes del poder una anécdota sobre este tipo de persona. Resulta, que el monarca francés Luis XI (1423 – 1483), el gran rey araña como se le solía llamar, tenía una gran debilidad por la astrología. Había en su corte un astrólogo al que admiraba mucho…hasta que un día le predijo que una de las damas de la corte moriría en el lapso de ocho días. Cuando la profecía se cumplió, Luis XI se sintió aterrado, pues pensó que, o bien el astrologo había asesinado a la mujer para probar la exactitud de la profecía logrando con esto ser más respetado, o era tan versado en su ciencia que sus poderes constituían una amenaza para el propio rey. Cualquiera fuera el caso, el astrólogo merecía morir.

Una tarde Luis XI lo llamó a su habitación, ubicada en lo alto del castillo. Antes de que el astrólogo llegara, el rey indicó a sus sirvientes que, cuando él diera la señal, debían apresarlo, llevarlo hasta la ventana y lanzarlo al vacío.

El astrólogo llegó a los aposentos del rey, pero antes de dar la señal Luis XI resolvió formularle una última pregunta: - Usted afirma entender de astrología y conocer el destino de los demás, así que dígame cuál será su destino y cuanto tiempo de vida le queda. Ante esta pregunta el astrólogo respondió: - Moriré exactamente tres días antes que su majestad. El rey, ni pendejo que fuera, nunca dio la señal a sus siervos. No solo perdonó la vida de su astrólogo, sino que lo protegió durante toda su vida, lo colmó de obsequios y lo hizo atender por los mejores médicos de la corte ante cualquier enfermedad que lo pusiera en grave peligro.

De todos los canales de que dispone un poderoso, un gobernante, para imponer su voluntad a sus súbditos, o subordinados, no hay uno de ellos que se compare con aquél que surge desde su interior, desde su consciente, y que lo obliga a emplearlo adecuadamente y con mesura en beneficio de sus gobernados; ese poder del que hago referencia es el poder de la razón.

La razón es una inteligencia que sólo disponemos los humanos. Es un proceso mental mediante el cual se recibe información y se toman decisiones basadas en la lógica, en la reflexión, en la moral convenida, en las normas jurídicas, en la ética, en la mesura y en la interpretación que de manera holística y sistémica se haga de la complejidad social cuando se tiene el poder de gobernar. La lógica en las decisiones, el enlace exacto de causa y efecto basado en el poder de la razón, es la columna fundamental en la que debe descansar el poder del gobernante. En este sentido, la lógica colectiva y no su lógica, debe ser la esencia de las instituciones, y es básica para la libertad política.

En fin, la razón le permite al que tiene el poder para decidir analizar previamente qué es lo que más conviene a una sociedad en función de los objetivos que se hayan formulado para su bien común. Pero, también la libertad de criticar y dudar la manera de cómo se podrán alcanzar.

El poder no es infinito, cambia de manos como cambiar de trajes en una persona, más si el que lo posee es elegido de manera democrática. Independientemente de que se disponga de cualquiera de los canales para imponer su voluntad a los otros, el gobernante debe manejarlo con sindéresis, prudencia, y ajustado a las demandas de sus gobernados en función de la realidad social imperante, cultura e intereses colectivos. Además, debe obedecer al sistema normativo imperante que le pone frenos a cualquier desvarío, en el sentido de evitar que sea desviado hacia fines no ortodoxos que lo alejen de los propósitos por los cuales fue investido el que lo posea.

Ya Einstein lo dijo, todo en la vida es relativo, sólo Dios es absoluto.

Obras bibliográficas referenciales:

Greene, Robert (1999). Las 48 leyes del poder. Editorial Atlántida. Buenos Aires, Argentina.

Naim, Moisés (2014). El fin del poder. Libros El Nacional. Caracas, Venezuela.

Yánez, Oscar (2008). Así son las cosas. Editorial Planeta. Caracas, Venezuela.


 
 
 

Comments


Featured Review
Tag Cloud
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.

© 2023 by Julio Sánchez. Proudly created with Wix.com

  • Twitter B&W
bottom of page