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El perfil del Libertador

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 1 ago 2016
  • 6 Min. de lectura

En el pasado mes de julio de este año se cumplieron 233 años del nacimiento de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco; así fue bautizado en el año 1783 en la Catedral de Caracas por su primo hermano el doctor Juan Félix Jerez Aristeguieta, de acuerdo a lo que quiso su padre el coronel Juan Vicente Bolívar y Ponte.

Uno se pregunta: ¿Por qué un nombre tan largo y con tantos apellidos? Porque era usual en la época ponerles varios nombres a los niños, y en cuanto a los apellidos, además de los de su padre, se le añadieron los de su madre María Concepción Palacios y Blanco.

De Bolívar, mejor conocido en la historia universal como el Libertador de cuatro naciones y fundador de otra, la mayoría de los biógrafos han escrito sobre su condición de político, militar, estadista, estratega, y hasta de un consumado mujeriego, pero poco se ha escrito sobre su perfil como persona, como ser humano, como un hijo de Dios.

Simón era un mantuano como se le solía llamar a los blancos criollos descendientes de los peninsulares, calificativo este que se les daba a los nacidos en España, sin embargo, los orígenes de la familia de Bolívar no están muy claros en la historia. Por la línea paterna se encuentra un eslabón genealógico de la familia Bolívar, en la persona de María Petronila de Ponte, quien se convirtió en la segunda esposa de Juan de Bolívar a comienzo del siglo XVIII. La madre de María Petronila fue la hija ilegítima de una mujer desconocida, a quien solo pudo encontrarse en el registro de nacimientos bajo el nombre de María Josefa. Esta señora, por ser la madre de la esposa de Juan de Bolívar, se convierte de manera consanguínea en la tatarabuela de Simón Bolívar.

Según el historiador de origen alemán Gerhard Masur (1974) en su obra Simón Bolívar, resulta casi imposible determinar por los registros de la época si esta María Josefa tenía o no sangre europea, por lo que no se puede afirmar así tan alegre que Simón era mulato, como algunos historiadores lo han señalado. Pero esto no viene al caso, un estudio de su fisonomía y ciertas peculiaridades de su carácter determinan la probabilidad de que tuviese, además de sangre española, sangre negra.

Pero, si tuvo algunos genes de negros en sus cromosomas junto con genes de blancos, esto no es motivo para denigrar de su origen. Después de la conquista la mayoría de nacidos en estas regiones tropicales somos un producto de la unión de blancos españoles con indios, blancos con negros, negros con indios, y pare usted de contar, consecuencia por la cual a cualquier familia de estas zonas tórridas le puede salir su salto atrás en cualquier momento.

Con respecto a los diferentes retratos que de Bolívar han hecho los pintores, Oscar Yánez (2004), en su libro Así son las cosas, refiere que cuando el general López Contreras llega al Palacio de Miraflores después de la muerte de Gómez encuentra un retrato de éste a caballo. Al instante, le dice al doctor Victoriano Márquez Bustillo, su secretario: el general Gómez ya no debe permanecer en Miraflores. En el despacho del presidente de la Republica debe estar solamente el retrato de Simón Bolívar. Así es que me llaman a Tito Salas para que haga el mejor Bolívar que haya pintado en su vida. La lección que dio López Contreras conmovió a todo el país, siendo ésta una brillante demostración de amor y respeto por el Libertador al ordenar que solo su imagen pudiera estar en el recinto presidencial.

Ahora, vamos con el perfil del Libertador. Masur (ob. cit) lo describe como un hombre de baja estatura, no robusto, pero si bien proporcionado y extremadamente ágil; tenía un pecho amplio y cuerpo y piernas delgados. Su frente era alta, estrecha y con el tiempo se le pobló de arrugas. Sus espesas cejas se arqueaban sobre sus ojos negros y brillantes. Su nariz era larga y curvada, sus pómulos altos y de mejillas hundidas como lo revelan los retratos que de él los pintores han hecho. Su tez indudablemente era morena como cualquiera de nosotros. Su cabello, negro y ligeramente rizado. Sus pequeñas manos y pies, de bellas formas, bien podían causar envidia a una mujer. El retrato físico de Bolívar que encabeza este escrito concuerda con la mezcla de su sangre en el que se evidencia el garbo mantuano y el color moreno que caracterizaba al venezolano de la colonia.

Daniel Florencio O’Leary, edecán de Bolívar desde 1819, escribe en su diario que el Libertador era un hombre muy distinguido y generoso que lo dejó todo por la independencia de los países que liberó. Sin dudar un instante, era capaz de dar cuanto tenía, y frecuentemente se endeudaba para ayudar a otros. Era capaz de vender cuanto le pertenecía, de renunciar a su salario o de vaciar sus bolsillos hasta el ultimo centavito. Aunque podía soportar el hambre y la miseria durante sus duras campañas, también como buen caballero sabia apreciar los lujos que le ofrece la vida. Tomaba, pero no abusaba de los licores; despreciaba la embriaguez en sus oficiales y le agradaba los ágapes más por la compañía que por la comida.

Claudio Nazoa (2004) refiere en unos de sus artículos escritos en el Nacional que al Libertador le gustaba la buena comida y bebida y, prefería los vinos fuertes. A él le fascinaba bailar y cortejar a las mujeres más bellas, y nadie se explicaba cómo este ilustre caraqueño hizo tanto y en tan poco tiempo en lugares tan distantes.

Sin ser extravagante, Bolívar se mostraba siempre aseado y prolijamente vestido. Se bañaba varias veces al día y usaba grandes cantidades de agua de colonia. Su porte y maneras eran como las de un patricio romano; en fin, era un hombre que sabía conducirse perfectamente en cualquier ambiente y que tenía una personalidad conquistadora.

Sus relaciones con las mujeres lo ligaban muy estrechamente con la época, la cual era de aventuras e indulgencia. Era inconcebible la vida de Bolívar sin asociarla eróticamente con mujeres. Para batallar tenía que amar, o, mejor dicho, que hacer el amor, pues está demostrado que Bolívar no quiso jamás a ninguna mujer, el amor por Manuela fue un invento de historiadores trasnochados. Necesitaba a las mujeres, pero no como compañeras con quienes pudiese conversar o que le diesen consejos, sino por sus caras bonitas y por sus sensuales figuras.

Otra característica del perfil de Bolívar era la de ser un excelente bailarín, y donde quiera que llegaba se organizaba un sarao. Decía que el baile era la poesía del movimiento. Tenía el don de la conversación muy desarrollado. Su pasado estaba siempre con él. Con pocos trazos podía bosquejar el carácter de los hombres que encontraba y era capaz de apreciar rápidamente la idoneidad de sus amigos y colaboradores. Sabia como ser persuasivo y como inspirar confianza. Sin embargo, no toleraba que se le contradijera, esperaba que sus opiniones fuesen respetadas y comprendidas sus intenciones.

Otras de las virtudes que Bolívar tenía era la lealtad y su condición de hombre honrado a carta cabal. No permitía que se hablara mal de otro en su presencia y siempre estaba dispuesto a perdonar a sus enemigos, y odiaba que le vinieran con rumores y chismes. Confiaba en sus amigos a pesar de la traición de que fue objeto por Páez, Flores y Santander. La amistad es mi pasión, dijo de sí mismo. Es decir, nunca dejó de ser lo que las mujeres y los hombres de bien esperan de hombres respetables: un caballero.

En fin, que importa que Bolívar en sus orígenes étnicos tuviera sangre de negro, y que algunos historiadores lo señalaran de mulato como si esto fuera una tara, un crimen, en ser humano alguno. Veo con sorpresa, y hasta con pena, como algunos de nuestra raza producto del mestizaje iniciado con la conquista, continuado con la guerra de independencia y consolidado con la guerra federal, se alegran porque un hijo le haya nacido con los ojitos azules, o con el pelo amarillo, dando pie a aquel refrán: más contenta que negra paría de musiu, sin percatarse que lo que les sucedió con el catirito fue un salto atrás.

Blancos, indios, negros, mulatos, mestizos y zambos somos todos, y hasta de sangre mora tenemos los venezolanos por aquello de que los moros estuvieron en España por más de setecientos años. En este país tropical nadie pasa de tres bastonazos, como decía el difunto Oscar Yánez (ob. cit). Lo que hace grande a un hombre no es su origen o su color, sino la sustancia y la materia gris con la cual Dios lo creó.

Y como dijo otro Simón, pero de apellido Rodríguez: Los bienhechores de la humanidad no nacen cuando empiezan a ver la luz sino cuando comienzan a alumbrar ellos.

Fuentes bibliográficas consultadas:

Masur, Gerhard (1975). Simón Bolívar. Círculo de Lectores. Barcelona, España.

Rumazo González, Alfonso (2006). Simón Bolívar. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, Venezuela.

Nazoa, Claudio (2004). Hacer postres es hacer patria. El Nacional. Caracas, Venezuela.

O´Leary, Daniel Florencio (1879 – 1888). Memorias del General…Caracas, Venezuela.

Yánez, Oscar (2004). Así son las cosas… Edición Planeta. Caracas, Venezuela.


 
 
 

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