Aprender para enseñar
- Julio A. Sánchez F.
- 29 jun 2016
- 3 Min. de lectura

Una de las profesiones más compleja, poco reconocidas y mal remuneradas en nuestro país es la de ser docente. Compleja, porque el que enseña no solo se le exige que sea un experto en el conocimiento que desea facilitar, sino que debe demostrar condiciones en el arte de enseñar, de hacer llegar lo que él sabe a los alumnos, de hacerse entender a través de una serie de estrategias que en el campo de la pedagogía se le conoce como didáctica. Es decir, debe demostrar que es un maestro en todo el sentido de la palabra.
Recuerdo una triste experiencia que tuve siendo alumno en un programa de maestría. No sé si por la edad del profesor se me ocurrió llamarlo maestro, o por su experticia en la materia que impartía, sin embargo, que lo llamara maestro le causó tanta molestia. Su respuesta no se hizo esperar: - Maestro no; profesor, o doctor. Maestros son los de escuela. Sentí mucha vergüenza, me puse rojo como un tomate; entonces, me paré del asiento y le dije: - Disculpe mi imprudencia, pero maestro llamaban a Jesús. Hasta ahora tengo entendido que es el grado más elevado que docente alguno puede alcanzar. Me senté pensando en que doctor puede ser cualquiera, pero maestro pocos.
Un docente que se considere a sí mismo como maestro debe amar y dominar su magisterio; pero, así como él se debe capacitar para la enseñanza, la institución que lo contrate está obligada, no sólo a estimularlo con una buena remuneración y garantizarle los demás derechos que lo asisten, sino también a generar las condiciones para que el proceso educativo alcance sus objetivos de acuerdo a los planes de estudios que sustentan el currículo. De esto último surge la idea de las escuelas que aprenden, en el sentido que para enseñar se debe aprender primero.
La idea de una escuela que aprende, según Peter Senge (2002), ha venido cobrando más y más actualidad en el curso de los últimos años. Así como se les exige calidad en la didáctica al maestro, las escuelas se pueden rehacer, revitalizar y renovarse en forma sostenida mediante una orientación de aprendizaje formando parte de la visión institucional. Esto significa, que todo el personal que participe de manera directa o indirecta en el proceso educativo - director, docentes de aula y administrativos, de investigación, empleados y obreros - se les debe preparar para que contribuya con idoneidad en el logro de la enseñanza; además, dársele la posibilidad de que expresen sus aspiraciones, tomen conciencia de su rol y desarrollen sus capacidades para que el instituto pueda alcanzar los objetivos que el diseño curricular administra.
En una escuela que aprende todo el personal señalado debe demostrar y reconocer un común interés por el feliz logro de la misión y visión de la institución educativa. Pero, para que esta última se logre la comunidad educativa debe desarrollar ciertas destrezas que Senge denomina disciplinas.
Lo primero que la escuela debe lograr es la de crear una imagen coherente y una evaluación objetiva de la visión personal de cada uno de los integrantes de la escuela en correspondencia con la visión institucional. Lo que se busca con ello es desarrollar una especie de disposición interior positiva que permita ampliar la capacidad de recomendar y decidir con base en una visión compartida. Lograr que la visión sea compartida fija un propósito común y un sentido de compromiso en los docentes, alumnos, personal administrativo y obreros sobre el futuro de la escuela, en el sentido de alcanzar los objetivos y metas propuestas.
Otra de las disciplinas que deben desarrollar las escuelas es la de generar conciencia de actitudes y percepciones sobre lo que ocurre en el currículo, es decir, las de unos como directivos y docentes en función del proceso educativos, y las de los alumnos que puedan hablar o criticar sin temor sobre temas que ayuden a mejorar los programas de estudios, o de problemas que deben ser resueltos sobre la marcha.
El trabajo en equipo es otra de las disciplinas que no se debe dejar por fuera en toda institución educativa, porque ella es en sí una interacción de conocimientos y de experiencias. Con técnicas como la discusión y el diálogo, grupos pequeños integrados por directivos y docentes, y hasta con alumnos, de manera sinérgica se pueden lograr metas comunes y desarrollar una inteligencia y una capacidad mayores que la suma de los talentos individuales de todos los miembros de la comunidad educativa.
¿A que nos lleva todo ello? Nos lleva a entender mejor la interdependencia de actitudes, aptitudes y los cambios doctrinarios en materia educativa sobre la dinámica del currículo que, de lograrse, a la larga conducirá a su crecimiento o a su estabilidad como sistema, todo ello en beneficio de los alumnos, y del mejoramiento profesional del docente en la búsqueda de alcanzar el título que todos aspiramos: el de maestro.
Fuente: Senge, Peter (2002) Escuelas que aprenden. Editorial Norma. Barcelona, España.
Comments