Con el diablo por dentro
- Julio A. Sánchez F.
- 17 jun 2016
- 7 Min. de lectura

Ya es costumbre en mí visitar las librerías de un centro comercial cercano a mi residencia. El personal que las atienden me conocen, y me indican cuáles libros son los más recientes y más vendidos. Al entrar a una de ellas, llama mi atención uno de color blanco tirando a sucio, con una cruz gamada en la parte inferior, y en la superior resalta el título: El Nazi y el Psiquiatra, cuyo autor me pareció poco conocido, sin embargo, lo tomo y leo en la contraportada que el argumento trata sobre un psiquiatra que fue enviado por el Ejercito de los Estados Unidos para descubrir los rasgos psicológicos de los nazis que fueron enjuiciados por crímenes de guerra en Núremberg.
Aunque un poco caro para mis modestos ingresos, pero la curiosidad por el contenido del libro fue más poderosa que no me quedó más alternativa que comprarlo. Lo devoré en menos de una semana debido a que cada capítulo me obligada al siguiente, y cada vez que terminaba uno reflexionaba sobre la conducta de algunos individuos que, con o sin motivos aparentes, no tuvieron paz con la miseria, llevaban el diablo por dentro y, sin embargo, se comportaron tan normalitos que algunos creyeron que no quebrarían un plato. Pero rompieron toda la vajilla.
La impresión del texto principal de la obra de Jack El - Hai por ser una historia real y científica, pero llena de suspenso, me obliga a darlo a conocer a mis amigos y lectores de mi blog mediante un resumen en el cual no quise omitir palabras algunas para no perder los intríngulis de la misma.
La historia comienza así, con el permiso del autor: El 7 de mayo de 1945, un día antes de la rendición de Alemania, Hermann Goring, jefe de la Luftwaffe, fuerza aérea alemana, le envió una carta al alto mando militar aliado en la que admitía la inminente derrota de Alemania y se ofrecía a formar un nuevo gobierno del Reich. Sin embargo, su petición no tuvo acogida, y este individuo junto con el almirante Karl Donitz, jefe de Estado de Alemania; Wilhelm Keitel, comandante de las fuerzas armadas; Alfred Jodl, subjefe de las fuerzas armadas, Robert Ley, funcionario nazi del Frente Alemán del Trabajo, Hans Frank, antiguo gobernador del Reich en Polonia, y otros criminales nazis, fueron detenidos y llevados a la prisión de Mondorf, un pequeño pueblo cercano a la ciudad de Luxemburgo, para luego ser juzgados como criminales de guerra.
Durante el proceso que llevo el Tribunal Militar Internacional surgieron preguntas acerca de la conducta de estos hombres, y las razones que los llevaron a cometer crímenes de lesa humanidad. Para responderlas, estos personajes fueron evaluados por psiquiatras con el firme propósito de encontrar las causas de su comportamiento. Sin embargo, fue el doctor Douglas Kelley quien al final pudo elaborar un informe más detallado con la información que arrojaron los estudios de sus antecesores.
Al revisar los informes sobre las evaluaciones psiquiátricas realizadas a todos los jerarcas nazis detenidos notó, con algunas excepciones, que ninguno de estos asesinos mostraba señales de enfermedad mental alguna, ni rasgos de personalidad que pudieran servir para señalarlos como dementes. Lo que Kelley esperaba era descubrir alguna anomalía mental o pervertida que tuvieran todos en común. Pero lo que si encontró fueron rasgos a los que denominó neurosis, es decir, fallas psiquiátricas comunes que de ninguna manera les situaban más allá de los límites de lo normal.
Todo el tiempo que el psiquiatra pasó con los prisioneros solo descubrió que lo que tenían en común era una ambición desmedida, poca moral y un patriotismo excesivo. Además, determinó que los nazis no eran monstruos, máquinas de hacer el mal ni autómatas sin alma; ni siquiera los de mayor autoridad y poder. Lo relativo de esa normalidad dejaba una pregunta en el aire: ¿cómo entender su inexplicable conducta?
Si no comprendía a los nazis y si no identificaba su conducta, lo único que podía hacer el psiquiatra era llegar a la conclusión de que una cantidad de gente era propensa a actuar de la misma forma que lo habían hecho los nazis. Luego escribió: La demencia no explica a los nazis. Ellos solamente eran, como somos todos los seres humanos, criaturas producto de su propio ambiente; y también eran – en mayor grado que los demás seres humanos – creadores de ese ambiente.
Por otra parte, el doctor Kelley realizó esfuerzos para entender las motivaciones y la naturaleza que llevo a Hitler a cometer genocidios de la manera como lo hizo, por lo que lo llevó a entrevistar a los colegas, médicos, y a cualquier persona que tuviera un conocimiento importante sobre la vida del principal cabecilla nazi. Llegó a la conclusión de que Hitler estaba profundamente convencido de sus propias habilidades, lo cual le condujo a la megalomanía. Este bárbaro miserable creía firmemente que era el único individuo que podía lograr que el Tercer Reich tuviera éxito y, en ocasiones, parecía sentir que había sido elegido por los cielos para realizar esa tarea.
Para el psiquiatra, sin embargo, la megalomanía de Hitler no era congruente con el hecho de que, en privado, solía ser amable e incluso dulce con sus subalternos; educado con las mujeres, los niños y los ancianos; además, disfrutaba de la buena comida y de otros placeres sencillos de la vida.
Kelley sabía de antemano que los nazis habían cometido atrocidades y crímenes de guerra a un nivel muy superior, solo comparable a Stalin en la Unión Soviética. Sin embargo, las personalidades de estos individuos tenían cabida en los parámetros de la normalidad. Excepto por un tal doctor Ley, no había ningún loco de remate en el grupo - le dijo a un reportero.
Pero aquí no termina esta interesante historia contada por Jack El – Hai, en su interesante obra El Nazi y el Psiquiatra. Kelley refiere que estos sujetos no eran especiales que, aunque no son individuos deseables desde el punto de vista social, sería bastante sencillo encontrar hombres parecidos a ellos en cualquier otro lugar.
Este psiquiatra pudo haber aceptado con facilidad las conclusiones a que llegaron en Núremberg que indicaban que los nazis era psicópatas. Pero en vez de eso, asumió que las características que llevaron a los nazis a cometer y tolerar actos horribles para la humanidad, están presentes en mucha gente de todos los lugares. Son gente que existen en todos los países del mundo. Sus patrones de personalidad no son oscuros, pero son personas que tienen intereses peculiares, que desean obtener poder, gloria y dinero.
Otro de los individuos que pudo haber sido estudiado por Kelley hubiera sido Yoseb Stalin. Este verdugo asesinó a millones de sus compatriotas sin que se le aguara el ojo. Todos aquellos que lo conocieron durante los años que ejerció el poder se quedaron sorprendidos de su autosuficiencia y de su soledad. Es posible, según lo que comenta Donald Rayfield (2005) en su libro Stalin y los verdugos, que la predilección por la soledad se debiera a que era hijo único, nacido en el seno de una familia de ingresos modestos, con la posibilidad de acceder a una educación que lo hubiera convertido en un caballero en cualquier otro lugar del Imperio Ruso, sin embargo, su infancia no fue un infierno capaz de provocar el surgimiento de un psicópata.
Nadie tenía motivos para sospechar que al cabo de cuarenta años desataría una tiranía tan despiadada y sangrienta que, según Rayfield, las invasiones de Gengis kan parecerían nimias en comparación con ella.
Harris Truman, este es otro personaje siniestro que no se me escapa. Fue presidente de los Estados Unidos desde 1945 hasta 1953. Hay que mencionarlo por el hecho de llevar a la muerte a ciento de miles de japoneses al haber ordenado lanzar varias bombas atómicas, artefactos que todavía estaban en periodo de experimentación, a pobladores indefensos, solo para demostrarle al mundo, y sobre todo a Rusia y Europa, su incipiente poderío nuclear, a pesar de que Douglas MacArthur y Eisenhower le habían manifestado que no era necesario por la inminente derrota y posterior rendición del Imperio Japonés.
Político de profesión, y de padres granjeros que le dieron una educación en valores cristianos, tuvo la ironía de decir después del lanzamiento de la primera bomba en Hiroshima en 1945 que: el mundo debe saber que se ha lanzado sobre la base militar de Hiroshima la primera bomba atómica. Hemos derrotado a los alemanes en la carrera de la investigación. Hemos usado la bomba para abreviar la agonía de la guerra, para salvar la vida de miles de jóvenes americanos. Continuaremos usándola hasta el aniquilamiento total de la potencia japonesa.
Pero no nos vamos tan lejos, aquí mismo en nuestra querida Venezuela Juan Vicente Gómez, hacendado, padre y abuelo ejemplar, gobernó con mano férrea desde 1908, cuando expulsó a su compadre Castro dejándolo morir de cáncer de próstata en el exilio, hasta diciembre de 1935 cuando muere rico y rodeado de su cuadro familiar; cosa curiosa, también de cáncer de próstata. Este inefable personaje mandó a asesinar a muchos de sus enemigos políticos que se le opusieron a su régimen, y a otros de inanición, o envenenados, en las cárceles de la Rotunda y en el castillo de Puerto Cabello, por citar algunos de los sitios de reclusión.
Si a estos sujetos, Goring, Hitler, Donitz, Jodl, Stalin, Gómez y Truman la historia los pudo considerar, a unos por evaluaciones psiquiátricas y a otros por sus antecedentes familiares, como personas comunes, entonces en algún momento se les metió el diablo en el cuerpo, o lo llevaban por dentro desde hace mucho tiempo. No hay otra explicación, solo la ambición por el poder en casi todos ellos era el factor común.
A buen entendedor, pocas palabras bastan.
Fuente referenciales:
Eisenhower, Ike (1956). Cruzada en Europa. Libros de Nuestros Tiempos. Barcelona, España.
Jack El – Hai (2015). El Nazi y el Psiquiatra. Editorial Planeta. Caracas, Venezuela.
Rayfield, Donald (2005). Stalin y los verdugos. Taurus Editorial. Santa Fe de Bogotá, Colombia.
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