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¡Yo tampoco quiero mando...!

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 24 mar 2016
  • 4 Min. de lectura

¡Yo tampoco quiero mando…! fueron las palabras que pronunció Don Vicente Emparan ante la negativa de los mantuanos criollos como respuesta a la histórica

y consabida seña con el dedo índice – en realidad no sabemos si fue con ese y no con el otro - del padre chileno José Cortés de Madariaga, quien supuestamente se encontraba detrás del Capitán General. Y fue partir de ese momento, 19 de abril de 1810, por cierto un jueves santo, cuando se dio inicio a lo que los historiadores escribieron para que nos fuera relatado con mucho romanticismo de boca de nuestros primeros maestros sobre los preludios de nuestra independencia.

Y nos preguntamos ¿Y qué fue de la vida de don Vicente Emparan? Algunos suponen que con la arrogancia que lo caracterizaba como buen peninsular tomó sus macundales y se fue a la madre patria sin mucha bulla; pero no fue así, fue apresado y embarcado rumbo a Filadelfia, no obstante supo entender como buen político que le había llegado su cuarto de hora. Sin embargo, las autoridades españolas no se quedaron con esa, pero esa es otra historia, la que les quiero contar se refiere al “por qué” los criollos se querían quedar con el coroto.

Nos cuenta Carlos Rangel (+) en su libro Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario. Mitos y Realidades de América Latina que en su origen, el movimiento independentista tuvo una ambigüedad que sólo mucho más tarde ha llegado a ser parcialmente reconocido. Las ambiciones de los mantuanos – los llamaban así porqué sus esposas eran las únicas que podían entran a los templos cubriéndose con la consabida mantilla – se vieron estimuladas por los sucesos en España donde Napoleón Bonaparte había derrocado a la dinastía borbónica y puesto a su hermano José Bonaparte, alias Pepe Botella por su afición a las bebidas espirituosas, en el trono de Madrid.

La mayoría de estos mantuanos, cultivadores de cacao y café, eran muy conservadores y prudentes ante los asuntos políticos y le tenían mucho miedo a la guerra. Solo unos pocos estaban alebrestados por las ideas republicanas de los norteamericanos, y hasta por las ideas jacobinas francesas. Pero todos sin distinción estaban imbuidos de un nacionalismo que los llevaba a soñar con ocupar los puestos de mando en aquella Capitanía General, cosa que les garantizara el total control político; y logrado éste, el económico. Aunque sabemos que el que tiene el político por derivado también tiene el económico.

Sin embargo, la situación no les fue del todo fácil. Hacían también vida en aquella Caracas una numerosa masa de blancos pobres, indios, negros y toda una mezcla que después llamaron pardos que le importaba poco quien los gobernara con tal de que el que mandase le satisficiera sus necesidades, muy perentorias por cierto.

Entre uno y otro grupo, según Rangel, lo que se inició como un intento de sustituir a los peninsulares – nacidos en la península ibérica – mediante un golpe de Estado, pero, que ironía, con la excusa boba de sostener los derechos del soberano Fernando VII, Rey legítimo del imperio español, usurpados por los franceses, terminó en una cruenta guerra civil. Y durante esa guerra, cosa curiosa, ambas partes, los que se hacían llamar patriotas por un lado y realistas por el otro, lanzaban consignas haciendo ver que la culpa de todos sus males la tenía el bando contrario.

De ese modo, lo que había comenzado como un cambio en la política del país culminó en una explosión de odio y reconcomio contra todo lo que era español por una parte; y por la otra, contra todo lo que oliera a mantuano. El bando que ganaba un combate violaba a las indefensas mujeres y saqueaba los pocos recursos que le quedaban a la población que por circunstancias ajenas a la guerra no participaban en ningún bando.

Sin embargo, muy pocos peninsulares tomaron parte en los combates hasta que en 1815 llega Don Pablo Morillo quien, según Edgar Esteves González (2004), salió de Cádiz al mando de una expedición compuesta por 18 buques de guerra y 42 transporte con más de diez mil soldados curtidos en la guerra contra los franceses, llegando a Puerto Santo el 19 de abril de ese mismo año. A partir de esta fecha se puede decir que fue cuando se internacionalizó la guerra con la participación de mercenarios ingleses.

Una vez derrotado Morillo, y con ello expulsados los españoles definitivamente de Venezuela, y muerto después el Libertador en 1830 de una penosa enfermedad, lo que queda del Siglo XIX se va en pugnas intestinas, golpes de estados y más guerras civiles con la dicotomía grandilocuente, como lo afirma Rangel, entre Conservadores y Liberales desencadenados de hecho en una verdadera rebatiña por los privilegios implícitos que da el control del gobierno pero con voracidad en el Tesoro Público.

Si no quieren mi gobierno yo tampoco quiero mando fueron las palabras del Gobernador y Capitán General durante los sucesos del 19 de abril quien con su actuación reveló su comprensión del inicio de una nueva etapa no sólo para Venezuela sino para el resto del continente americano.

Noblesse oblige, honor a su rango y reputación.

Fuentes bibliográficas:

Rangel, Carlos (+). Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario. Mitos y Realidades de América Latina. Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela.

Esteves González, Edgar (2004). Batallas de Venezuela 1810 – 1824. Colección Ares. Caracas, Venezuela.


 
 
 

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