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Ana Karina rote

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 5 mar 2016
  • 4 Min. de lectura

Una de esas tardes en que el fenómeno del niño, causa principal que algunos dicen de los muchos males que amenazan con llevar al barranco a este septentrional país ubicado al norte de Suramérica, calentaba con más rigor el ambiente de la Sultana del Ávila, ahora del Guaraira Repano, conversaba con un amigo en uno de los locales abiertos de un centro comercial ubicado en la urbanización “Manzanares”. El tema de conversación era el ya tradicional, el que se ha hecho costumbre entre nosotros: la escasez de los productos de primera necesidad.

Me decía el amigo qué no se explicaba cómo una persona pudiera comprar un paquete de harina “Pan” a un precio solidario vendiéndolo después a su vecino más de veinte veces su valor sin que se le aguara el ojo. Es decir, sin anestesia. Se preguntaba: - ¿Por qué somos así de caribes con nuestra misma gente?

La palabra caribe me trajo a la mente a aquel pez que abunda en los ríos del llano que se caracteriza por su ferocidad y voracidad. Ataca a todo aquel que no es de su especie, y que nunca se da por satisfecho. Pero, también vino a mi memoria la etnia que vivió en nuestras costas que tenía como lema Ana Karina rote, que traducido al español significa sólo nosotros somos gente.

Estos indios, expertos navegantes, recorrían en pequeñas curiaras el mar que lleva su nombre invadiendo las islas que se extienden a lo largo y ancho de este inmenso mar de las Antillas para robar, matar a los varones y secuestrar a las mujeres que luego eran convertían en sus esclavas sexuales.

El difunto Carlos Rangel, en su libro Del buen salvaje al buen revolucionario refiere que, los que colonizaron a Estados Unidos, de origen anglosajón, llegaron a esa región de Norteamérica en busca de tierras y de libertad, no de oro ni de esclavos. No se mezclaron con los indígenas, sino que los expulsaron de su territorio, o los exterminaron. No tuvieron la necesidad de rechazarlos ni de integrarlos socialmente, ni tampoco de evangelizarlos. Según algunos humoristas, dejaron unos pocos para las películas de vaqueros.

En contraste, el español que llegó a lo que es hoy México, América Central y Suramérica creó una sociedad en la cual los indios, convertidos en esclavos, formaban parte de ella. Estos conquistadores, en su mayoría presidiarios, fueron sacados de las cárceles españolas por allá en el año de 1492 y embarcados en La Pinta, la Niña y la Santa María con la promesa de redimirlos si se aventuraban en tamaña empresa: nos descubrieron y nos conquistaron a punta de plomo, flechas y lanzas con la cruz como emblema.

Ahora ¿Quiénes fueron los primeros anfitriones que recibieron a estos no invitados a nuestro bello país? Según Wikipedia, fueron unas tribus llamadas por algunos historiadores caríbales o galibi que ocupaban el norte de Colombia, el noreste de Venezuela y algunas islas de las Antillas. De este enfrentamiento salieron mal parados estos indios, quienes, ante el avance de los conquistadores a lomo de caballo, con pólvora y plomo en los arcabuces y protegidos con cascos y corazas relucientes, solo les respondieron con flechas piedras, lanzas y cualquier objeto que sirviera de proyectil, los cuales muchos no daban en la humanidad española, o rebotaban o quedaban las flechas y lanzas clavadas en sus escudos.

El final de esta historia la conocimos de boca de nuestros primeros maestros: fueron sometidos inicialmente y después diezmados, quedando algunos descendientes viviendo del contrabando, de la pesca y de la dadiva de los gobiernos de turno.

De esta brutal mezcla, por una parte, producto del delincuente obligado por sus circunstancias, del empeño de un romántico en demostrar que existía una nueva ruta hacia la India, y de una reina católica que tuvo que empeñar sus joyas a cambio de oro y plata que prometía el almirante; y por la otra, de unos indios rufianes que vivían del saqueo y la piratería, es lo que dan a entender algunos historiadores sobre el origen de nuestra cultura.

De ahí, con temor a equivocarme, se puede determinar la conducta del bachaquero venezolano que hoy especula aprovechándose de la miseria ajena cuando vende el paquete de harina de maíz a precio especulativo.

En verdad no sé si aún en nuestros cromosomas perviven genes de este brutal mestizaje, pero Bolívar, el mayor héroe de América Latina en 1830, antes de morir, dijo frases como estas: He mandado veinte años, y de ellos no he sacado más que pocos resultados. La América es ingobernable para nosotros; el que sirve a una revolución ara en el mar. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas; devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignaran en conquistarnos. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de América latina.

Argumenta Carlos Rangel, Del fracaso a la mitología compensatoria, que en parte del pensamiento de Bolívar está condensado en su forma extrema el pesimismo latinoamericano, el extremo juicio adverso de los latinoamericanos sobre nuestra propia sociedad. Pero vale la pena subrayar que por lo menos algunas de las profecías desesperadas de Bolívar se han cumplido al pie de la letra, por lo cual no se las puede atribuir únicamente al estado depresivo de un hombre envejecido, decepcionado y amargado, sino que son apreciaciones en las cuales están presentes toda la agudeza sociológica y toda la visión política del Libertador.

Con todo lo imaginado conformé la respuesta que le di a mi amigo mientras nos tomábamos un aromático y delicioso café. Luego, me fui pensativo a mi casa recordando frases de Mario Moreno Cantinflas: No me defiendas compadre…Y ahí está el detalle.


 
 
 

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