Don Arturo y la educación
- jaquematereydos
- 29 dic 2015
- 5 Min. de lectura

Cuando tocamos el tema de la educación en Venezuela no podemos dejar a un lado sobre esta delicada materia a Bolívar, Simón Rodríguez, Andrés Bello y mucho menos a Arturo Uslar Pietri. A Simón Rodríguez no solo le correspondió el honor junto con Andrés Bello de ser los maestros del Libertador, sino el padre de la pedagogía americana en el sentido de convertir la escuela en el instrumento clave para la transformación intelectual, económica y social de la América hispana en su trilogía educativa: educación popular, dedicación a oficios útiles y aspiración fundada a la propiedad. Es decir, el Estado, al que él llamaba el “Padre Común” debía educar en las escuelas al hombre para la vida y el trabajo, y le facilite luego su establecimiento y la manera de transformarse en un colonizador de su propia tierra.
De Bolívar, su pensamiento educativo lo resumo en una sola frase: “Moral y luces son nuestras primeras necesidades…”. La moral hoy está muy cuestionada; ¿Y las luces de la educación? ¡Hay las luces…! Llegan con poca intensidad a la cultura ciudadana.
Con respecto al pensamiento educativo de Uslar Pietri, este se encuentra diseminado en varios artículos que fueron publicados en su columna Pizarrón, y expresado a través de su programa por televisión denominado Valores Humanos. Hoy tomé como fuentes a varios de ellos que fueron publicados a través del diario El Nacional.
El 23 de junio de 1948 publica La crisis de la universidad venezolana, haciendo referencia a la pobre educación que se impartía para ese momento en la Universidad Central de Venezuela. Al respecto, refiere don Arturo, que esa otrora universidad aparece convulsionada, casi vacía de contenido, sin ritmo de trabajo, donde los profesores y los estudiantes se enfrentan como enemigos, donde nadie parece saber exactamente su deber, donde los más de los que enseñan recitan en un vacío intelectual y los más de los que ocupan las bancas, ni aprenden nada, ni saben para qué tienen que aprender, donde parecen estar predominando los fines mezquinos: “en los estudiantes, la rápida y fácil obtención de un título que les dé derecho a entrar pronto en el carnaval de dinero que hoy recorre a Venezuela, y en lo profesores, en muchos casos, el ostentar una dignidad académica que pueda tener buena cotización en el mercado político”.
Uslar pensaba que había que elevar el nivel educativo de la universidad venezolana, cerrarles las puertas a los cazadores de “borlas”, a los “vagos y maleantes” refugiados en los claustros, y hacer una selección tanto de personal docente como de la población estudiantil.
Con respecto a la selección de estudiantes para el ingreso a la universidad, estos debieran pasar por un riguroso examen de admisión que les diera el privilegio de la educación universitaria, y con fijación de cupos que limitaran su entrada; sin embargo, recomienda que el sistema que se escogiera no negara a ningún hombre capaz intelectualmente, por pobre, desvalido o remoto que se hallase, el ingreso a la educación universitaria. Por otra parte, la intensificación de la docencia en cantidad y calidad, exámenes trimestrales rigurosos y la cooperación entre profesores y estudiantes son eventos importante en su consideración para el mejoramiento de la educación.
En cuanto a la investigación, Uslar refiere que si hubiera de citar un solo ejemplo hasta qué punto la universidad no cumple su labor investigativa, citaría el caso de las tesis de grado: “En su inmensa mayoría son pobres, meras elucubraciones retóricas o simples copias fragmentarias de manuales”.
Sobre el tema de la investigación recomendaba que lo importante no era la prosa literaria o los “chispazos de talentos”, sino la información sistemática acumulada, el agotamiento y aprovechamiento de todas las fuentes de información, la elaboración de la bibliografía más completa sobre la materia, y la presentación clara, didáctica y metódica de todo lo que se sabe y existe sobre el tema en estudio. Es decir, “una obra que se transforma inmediatamente en una nueva fuente de aprendizaje y de enseñanza, y que viene a ser como el fruto maduro de la vida universitaria”.
En otros de sus artículos La universidad de hoy y el país del mañana pone como ejemplo en calidad educativa a la Universidad Hebrea de Jerusalén, por cuanto esta universidad ha logrado en su trayectoria mantener un difícil equilibrio entre sus fines fundamentales de eficaz centro del saber, al nivel de los más respetados del mundo, y, al mismo tiempo, servir a su pueblo como guía, como conciencia superior y como fuente preciosa de los más calificados recursos humanos para la mejor realización de su destino nacional.
Esta universidad, según Uslar, ha podido atender a estos dos exigentes requerimientos, a veces aparentemente contradictorios, sin caer ni en el riesgo de una desarraigada vocación universal de ciencia, ni tampoco en la mezquina y empobrecedora sumisión a los fines inmediatos y momentáneos de un país. Cuando la compara con las universidades latinoamericanas, refiere que éstas han estado, en gran parte, volcadas hacia lo ideológico y lo abstracto y, al mismo tiempo, invadida y desnaturalizada por la servidumbre política más subalterna y de corto alcance.
Para Uslar, la universidad seguirá en crisis mientras todo su esfuerzo, el de autoridades, profesores y estudiantes, no se dirija exclusivamente, y por las vías más directas y eficaces, hacia su único y verdadero fin: “ser una casa de estudios. Una casa en donde se trabaje para enseñar y aprender”.
No puedo cerrar este escrito sin antes hacer referencia sobre Una Venezuela posible, otro de sus artículos publicado en Pizarrón. Al respecto, refiere Uslar:
"Si los millones de dólares que han entrado al país por la vía del petróleo en los últimos veinte años se hubieran invertido sensatamente para lograr de esa inversión el máximo provecho social y material, y que si se hubieran utilizado igualmente las capacidades crecientes de decenas de millares de venezolanos con calificaciones profesionales de primer orden, hoy podríamos ser realmente uno de los países más próspero y desarrollado de América Latina, un país sin deuda externa, con buenos servicios públicos, con la mejor educación para todos y la mejor salud para todos, con amplias oportunidades de porvenir y con una población marginal manejable y en continuo descenso, porque la educación, por una parte, y el crecimiento económico, por la otra, le habrían proporcionado un destino útil a cada habitante del país".
Ante esta coyuntura histórica formulo la siguiente pregunta ¿En qué ha cambiado el país desde cuando Don Arturo escribió este artículo el 22 de marzo de 1992? La respuesta nos la da en su carácter de visionario el mismo don Arturo:
"La causa principal de todos los males es el uso irracional que hemos hecho de la riqueza petrolera. En lugar de haber construido moral y materialmente un país moderno, parecimos dedicarnos a perpetuar viejos vicios y desviaciones. Logramos hacer un Estado inmensamente rico en medio de una población que, en lo esencial, sigue siendo atrasada y marginal. La mayor parte de los recursos que debieron ir a la educación, a la salud y a las obras de infraestructura para echar las bases fundamentales de una nación moderna, se desvió y despilfarró en barata politiquería de muy corto alcance, y la mayor parte ese ingente volumen de recursos se consumió en cubrir las pérdidas que un Estado manirroto ocasionaba continuamente en millares de empresas antieconómicas".
Ante todo lo dicho y escrito por Don Arturo, solo me resta decir lo que un viejo refrán trae a mi memoria: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.
Fuente bibliográfica:
Pizarrón. Biblioteca Uslar Pietri (2006). Año centenario de Arturo Uslar Pietri. Universidad Metropolitana. Caracas, Venezuela.
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