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Pensar no es cosa de locos

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 2 dic 2015
  • 3 Min. de lectura

Saber ver para apreciar la realidad compleja cuando se pretende conocer los intríngulis de una situación problemática requiere saber pensar. Pero, saber pensar el pensamiento que nos conduzca al conocimiento, según Morin (1981), no es solamente aplicar la lógica y la comprobación de los datos que se presentan ante nuestros sentidos. Saber pensar va mucho más allá de nuestra conciencia. Saber pensar es poner todos nuestros sentidos alineados y en dirección hacia lo que nos interesa. Saber pensar supone ordenar los datos que la experiencia sensitiva nos permite: las cosas hay que verlas, oírlas, parparlas, olerlas… O mejor dicho: sentirlas en toda su plenitud.

Cuando centramos nuestra percepción sobre un objeto o sujeto con la intención de conocerlo tenemos la necesidad de distinguirlo, separarlo, clarificarlo. Es decir, ubicarlo en un entorno para luego apartarlo de los otros objetos que lo circundan, y del mismo entorno.

Sin embargo, así como lo separamos debemos también unirlo después. Esto se debe a que los objetos o personas no pueden ser considerados como entidades aisladas o solas. Su misma existencia depende de las interacciones con los otros y con su entorno.

Para Morin, a manera de ejemplo, cada sujeto ha nacido de progenitores, y su identidad procede de ciclos de reproducciones y de seres vivos anteriores a él. Además, añade el citado filósofo, cada ser vivo constituye un sistema abierto que tiene necesidad del entorno para alimentarse, informarse, instruirse, educarse. Debe distinguirse de los demás como individuo y especie, individuo y sociedad, individuo y medio, pero no se podría ni desunir, aislar ni confundir como subsistema del entorno en donde convive.

Cuando nos interesa un buen vino, no solamente vemos en la botella la marca, cepa, y año en que salió de la barrica para ser embotellado. La abrimos, olemos su corcho para apreciar el aroma, luego vaciamos el contenido en una copa para percibir su color y nuevamente su aroma. Cumplido el acto sensorial inicial, viene lo mejor: llevamos la copa a la boca para degustarlo con placer.

Pero, como podrán apreciar, es pecado ligarlo o mezclarlo con otro vino diferente a su origen y naturaleza. Está hecho para ser compañía de un buen menú en un almuerzo o cena, y de las otras cosas que forman parte de la mesa, de su entorno.

En este orden de ideas, para el sujeto investigador toda actividad de pensamiento en el acto de conocer comporta sobre el objeto los procesos cognitivos de distinción, objetivación, análisis y selección. Primeramente se separa el objeto de los otros objetos y de su entorno, y se caracteriza por sus rasgos invariables y estables; luego, se analiza descomponiéndolo en sus partes constitutivas con posibilidades de aislar tal aspecto o partes del objeto que sea de interés; finalmente, se seleccionan las partes que son juzgadas como esenciales o pertinentes para el observador.

No obstante, para conocer debemos no solo ser capaz de distinguir, sino unir después lo que ha sido distinguido. Esto obedece a que la realidad debe ser percibida como un todo. ¿Saben por qué? Porque debido a su complejidad la realidad objeto de estudio funciona como un sistema abierto. Ver el todo y distinguir sus partes ofrece al sujeto percibir los problemas no como hechos aislados sino como componentes de estructuras más grandes.

Sobre percibir el objeto como un sistema para conocer a fondo sus coyunturas o uniones que identifiquen plenamente toda se estructura nos permite identicar el centro de gravedad de una amenaza, nuestro centro de gravedad, estructurar una maniobra operacional, o comprender el “meollo” de una situación problemática.

A manera de ejemplo, Senge (2002) refiere el problema de un iceberg para el capitán de un barco cuando no puede eludirlo, cosa parecida a lo que le ocurrió al Titanic. La parte visible le parece enorme y amenazante, pero la mayor parte está sumergida, o escondida por la superficie del mar. No se debe navegar en sus alrededores si no se logra de alguna manera ver la dimensión de la parte que está sumergida. El capitán del Titanic no la vio, y ya sabemos lo que ocurrió.

Saber pensar no es cosa de locos, es cosa de cuerdos. Aquellos actúan sin pensar, y si llegan a distinguir desunen y confunden las cosas. Para saber pensar hay que usar todos los sentidos con visión sistémica.

Referencias bibliográficas:

Senge, Peter (2002). La Quinta Disciplina. Grupo Editorial Norma. Bogotá, Colombia.

Morín, Edgar (1981). Para salir del siglo XX. Editorial Kairós. Barcelona, España.


 
 
 

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