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Enemigo íntimo

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 18 nov 2015
  • 3 Min. de lectura

¿Qué tienen en común el ataque al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001 a los ataques ocurridos en París el viernes 13 de 2015? Que los ataques se produjeron desde adentro.

El 11 de septiembre de 2001, un grupo de yihadistas vinculados con el movimiento radical islámico Al Qaeda produjeron el acto de terror más mortífero hasta la fecha con sus ataques al World Trade Center de Nueva York y al Pentágono en las afueras de Washington, D. C. Este ataque tuvo una estrategia muy particular: un grupo reducido haciendo vida en ciudades estadounidenses, con medios limitados y de uso no bélico, usando tecnología estadounidense a su disposición, fue capaz de producir un efecto catastrófico y de mayor impacto mundial. Ahí estaba, según Robert Greene, la conocida asimetría de fuerzas, en la que lo pequeño se convierte en una ventaja por pasar inadvertida entre la población en general, y ser así muy difícil de detectar.

Ahora, el viernes 13 noviembre de 2015, por cierto fecha pavosa, se produce un nuevo ataque de fuerzas asimétricas por un nuevo actor, el Estado Islámico, o el ISIS por sus siglas en inglés, causando más de 129 muertos y un centenar de herido, acto que calificó el presidente de Francia F. Hollande como un “acto de guerra”.

El colapso que produjeron ambos ataques es difícil de cuantificar. No solo se perdieron vidas, sino que el impacto económico del primer ataque aun trasciende con el tiempo: sustanciales incrementos en los costos de seguridad, incluido el financiamiento de nuevos programas gubernamentales con ese fin; enormes gastos militares como respuesta a la acción terrorista; un efecto depresivo en los mercados bursátiles, con la consecuente lesión en la confianza de los consumidores; golpes a la industrias específicas como la de viajes y turismo, y el nocivo efecto de todo esto en la economía global.

A causa de la asimetría de fuerzas en juego en la estrategia de los extremistas islámicos, la solución militar suele ser la menos efectiva. Estos grupos se valen de las oportunidades y fortalezas que presenta el mundo libre occidental en cuanto a su tecnología de punta, y a que sus formas de gobierno en su mayoría son democrática y aborrecen la guerra, mientras que la de ellos son absolutistas y teocráticos. Los del ISIS, así como Al Qaeda, no solo conviven con los nacionales de los países en donde se infiltran, sino que se diluyen entre la población: están dispersos, y unidos por una ideología radical y fanática. Ya lo dijo Napoleón Bonaparte cuando luchaba contra grupos nacionalistas alemanes que recurrían a actos de terror contra los franceses, “una secta no puede ser destruidas con cañones”.

El objetivo de estos grupos no es ganar en el campo de batalla, sino causar pánico y provocar que la otra parte caiga en un acto de desesperación originada por la incertidumbre. Sus tácticas están basadas en la invisibilidad entre la población, ajustando sus acciones a los medios de información. Sus movimientos crean la ilusión de que están en todas partes, y por lo tanto dan la impresión de ser más poderosos de lo que son en realidad.

Pese a sus efectos, sin embargo, esta estrategia yihadistas usando el terrorismo ha sido fatal, además con muchas limitaciones. Una de ellas es la ausencia de vínculos entre los que aplican el terror y la población base en donde actúan. Por las circunstancias, el terrorista tiene que vivir de escondite en escondite y tiende a perder el contacto con la realidad. Aunque el uso de la violencia es una táctica, su repercusión a nivel mundial es de un impacto tan negativo que en vez de apoyar su causa, ésta es objeto de rechazo.

Por otra parte, la estrategia que la origina, como es la de causar el máximo caos y provocar que la otra parte caiga en un alto grado de desesperación extrema, no logre los resultados esperados. Por lo contrario, la opinión pública se pone en su contra, y apoya las medidas de retaliación que surjan para contrarrestarlo.


 
 
 

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