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Carpe Diem

  • Julio A. Sánchez Flores
  • 26 ago 2015
  • 4 Min. de lectura

Existe una máxima budista que dice: “La paz es como un sol que siempre está brillando en nuestro corazón. Lo que pasa es que está oculto por las nubes del miedo, la duda, la preocupación y el deseo que continuamente nos dirigen al pasado o al futuro. Sólo vemos el sol cuando vivimos el presente”.

Cuando estas en el presente el pasado y el futuro se desvanecen. Los placeres sencillos de presenciar un amanecer como los que vemos aquí en Caracas, o un atardecer en el que el sol se oculta por un lado del Ávila, de la brisa rozando tu cara cuando abres la ventana de tu casa o apartamento, de una sonrisa de un ser querido al despertar en la mañana, o de una conversación sincera con un amigo en un café, siempre están a nuestro alcance. Cuando somos capaces de dejar de pensar en lo que ocurrió, o en lo que no ha sucedido y ubicarte en el presente para relajarte, esas nubes desaparecen.

La historia que les voy a contar tuvo como escenario Barquisimeto. Esta ciudad para los que tenemos la dicha de haber vivido en ella es también conocida como: “la ciudad de los crepúsculos, la del canto y el corrido y de puro sentimiento…”. Ciudad de gente calidad y amable, de hermosas mujeres, de grandes tradiciones, y de una gesta histórica que ha parido generales de la talla de Jacinto Lara, de Pedro León Torres, y de muchos otros oficiales patriotas que hoy escapan a mi memoria.

Barquisimeto es también la sede de la antigua Tercera Brigada de Infantería. A esta Unidad Superior del Ejército llegué como oficial Logístico, cuyo comandante era el general de brigada Gerardo Venegas León.

¿Cuál es el trabajo del Logístico? El Logístico se encarga de gerenciar todos los aspectos que tienen que ver con la adquisición, almacenamiento y distribución de los abastecimientos que requiere la unidad militar para funcionar. De todos ellos, voy hacer especial referencia sobre lo relacionado con la obtención del combustible, que como es conocido por los militares, éste rubro es ofertado por estaciones de suministro que hacen vida en la guarnición.

Coccia, un inmigrante de origen italiano, dueño de una estación de gasolina, era el proveedor de este abastecimiento. Sus cisternas surtían con regularidad los depósitos de combustible de las unidades tácticas adscritas a la brigada, y a la misma Unidad Superior. Como buen italiano, y admirador de Mussolini, les tenía mucho respeto y admiración a los militares. Decía: - Ojala tuviéramos un “Pérez Jiménez” ¡Ah mundo mi general! Cómo hace falta un militar así en estos tiempos.

Acostumbraba a tomar café en mi oficina, sitio en donde nos reuníamos para hablar sobre temas de diversos tópicos, como la comida italiana, la música, su pasantía por el ejército italiano y sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial. Coccia era un gran conversador.

Una mañana pregunte por Coccia a un empleado de la estación de combustible, debido a que hacía varias semanas que no lo veía. El empleado me respondió: - El señor Coccia está muy enfermo, estuvo recluido en la clínica Morán, pero ahora está en su casa.

De inmediato me dirigí a su casa. Pregunte por él a su señora esposa, una distinguida pero triste italiana que me mandó a pasar al sitio en donde estaba recluido Coccia. Me causó mucha sorpresa verlo sentado en una silla de ruedas. Le pregunté qué le había pasado, por qué estaba en esas condiciones.

En su cara se reflejaba una gran tristeza. Casi con llanto me respondió: - Comandante, le voy a contar mi historia. Llegué a esta bella ciudad sin un centavo en el bolsillo. Soy uno de los inmigrantes que mi general Pérez Jiménez trajo a este país, país que me dio la oportunidad de trabajar en la construcción. Porque sabe, yo soy maestro de obra. Trabajé como albañil en muchas de las obras que hoy figuran en esta ciudad.

Lo escuché sin interrumpirlo. Siguió hablando: - Ahorraba. Todo lo que ganaba lo guardaba. Comía pan con mortadela y Pepsi cola para no gastar mucho. ¿Sabe? Me gustaban los golfeados y las catalinas que hacían aquí en Barquisimeto, pero no las compraba porque mi propósito era ahorrar todo lo que ganaba para traer a mi familia de Italia.

Le dije: - A mí también me gustan los golfeados, sobre todo los que venden en la Carrera 24. Me los como con café con leche por la tarde.

Coccia siguió hablando con lágrimas en los ojos: ¿Sabe lo más triste de mi vida, comandante? Que trabajé mucho, y con un gran sacrificio logré comprar la estación de gasolina; hice muchos amigos, y dinero con el que podía comprar lo que quisiera. Pero ahora míreme postrado en esta silla de ruedas, y con muchas ganas de comerme un golfeado, de aquellos con queso y melado que tanto me gustaban, y que no los comía en su momento por ahorrar. Sin embargo, ahora que tengo, no los puedo comer porque sufro de diabetes.

Con lo que oí, no me quedo más que pensar: CARPE DIEM…

Carpe Diem en latín significa vive el presente. La mayoría de las personas están acostumbradas a la rutina de ganar dinero y ahorrarlo pero no se dan cuenta que al igual que el contenido de un reloj de arena, el tiempo va cayendo haciendo ver que cada grano cuenta. Aprovechar el tiempo no quiere decir que se tenga que hacer más cosas en un día, o botar el dinero sin pensarlo, sino vivir o experimentar la esencia del “ahora” dentro de las oportunidades que nos da cada instante la alegría de vivir.

El presente es este momento, el pasado es historia y el futuro solo Dios lo sabe.


 
 
 

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