Lo importante es lo importante
- julio Antonio Sánchez Flores
- 6 ago 2015
- 3 Min. de lectura

En nuestro devenir muchas veces obviamos cosas que hubieran podido trascender en nuestras vidas en un sentido más positivo en beneficio de nuestro bienestar y felicidad. Winifred Gallagher (2010), en su libro “Atención plena. El Poder de la concentración”, nos dice que la experiencia que uno adquiere depende en gran medida de los objetos, eventos y percepciones que atendemos o dejamos pasar por alto. Cuando nos fijamos, por ejemplo, en una señal de tránsito, inhalamos un perfume, oímos una bella obra musical, o apreciamos un objeto bello, el cerebro registra esa percepción como un “objetivo” que modifica nuestra conducta en consecuencia. Por el contrario, todo aquello que no nos llama la atención no existe en cierto modo, como mínimo para nosotros.
La atención la suele definir como la “concentración de nuestra mente” o la dirección o aplicación de la mente a cualquier objeto, persona o pensamiento, cuyo dominio es condición indispensable para vivir bien, y también la clave para transformar casi todos los aspectos de la experiencia, desde el sentido del humor hasta la productividad pasando por las relaciones personales.
Afirma Gallagher que si uno se parara a considerar los años que llevamos vividos, observaríamos que tanto las cosas a las que hemos atendido como aquellas que hemos pasado por alto han contribuido a crear nuestra propia experiencia, experiencia que se ha convertido en nuestra propia realidad.
A manera de ejemplo, con respecto a que no prestamos atención a cosas importantes, cita un experimento que realizó el Washington Post, que sin pretenderlo, demuestra la estrecha relación entre identidad y atención:
El virtuosos violinista Joshua Bell, haciéndose pasar por un músico callejero, ejecutaba bellas piezas clásicas, entre ellas “Al di la”, con su violín Stradivarius de tres millones y medio de dólares en una parada de metro en una hora punta. La intención del experimento era identificar la percepción y prioridades del público, así como una evaluación imparcial de los gustos generales.
Antes de que se llevara a cabo el concierto de incognito de Bell en esa parada de metro, el diario tenía temor de que la muchedumbre asediase al artista, joven y atractivo, y de que la policía tuviera que contenerla. En la práctica, sin embargo, sesenta y tres personas pasaron por delante del violinista antes de que nadie se parase a escucharlo. A los cuarenta y cinco minutos, 1070 personas no habían prestado ninguna atención en absoluto al maravilloso intérprete y sólo siete se habían detenido a escuchar la música. Acostumbrado a ganar mil dólares por minuto, Bell consiguió un total de treinta y dos dólares y dijo haber sentido un curioso agradecimiento cuando alguien le dejaba un billete en vez de monedas sueltas.
Pero, lo que más llamó la atención fue que de más de mil personas que pasaron delante de él, sólo dos se concentraron realmente en aquella música sublime. Uno era un aficionado a la música clásica que le dejo cinco dólares. La otra, asistía a conciertos de manera habitual y fue la única persona que lo reconoció dejándole veinte dólares.
Pero lo más curioso de este experimento fue que esa noche el violinista tenía un concierto en uno de los grandes teatros de Washington, cuyo costo de las entradas estaba en el orden de los dos mil dólares, las cuales ya se encontraban agotadas.
Desde una perspectiva distinta, no obstante, el experimento demostró cómo la atención no sólo condiciona la experiencia inmediata, sino la propia individualidad. Es decir, que si nos concentramos en las cosas adecuadas e interesantes para nuestras vidas, la existencia dejaría de parecernos un resultado de diversos acontecimientos externos y se convertiría en un producto de nuestra propia creación.
No perdamos el tiempo en cosas que no transcienda para nuestra realidad y que no nos llene de fe, entusiasmo y optimismo. Lo importante es lo importante; sin embargo, a veces pienso que “Dios no le dio cachos al burro”.
Fuente bibliográfica:
Gallagher, Winifred (2010). Atención plena. El poder de la concentración. Editorial Urano. Argentina.
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