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"Los Pinos": La Casa de la Moral, Razón y Acción

  • Julio Antonio Sánchez Flores
  • 30 jun 2015
  • 13 Min. de lectura

Cada vez que paso por la alcabala que da acceso a la Escuela Superior de Guerra llegan a mi memoria una nube de recuerdos inmemorables de mi estadía en la otrora Escuela Superior, la del del Ejército. Recuerdos que parece como que si fuera ayer cuando en su única aula recibía los conocimientos que me capacitaron como comandante y oficial de Estado Mayor. Sin embargo, todo ello ocurrió por allá en los principios de la década de los ochenta del siglo pasado.

La primera vez que crucé su entrada me embargaron un cumulo de sentimientos, predominando el miedo con la incertidumbre, la alegría con la emoción. Todos ellos bailaban entrecruzados dentro de mí.

Venía del Rastro, caserío llanero aledaño a la represa de Calabozo, lugar de asiento del Grupo de Caballería “José Laurencio Silva”, unidad de la que fui su segundo comandante, a realizar el tan ansiado curso de Comando y Estado Mayor; curso que sentaron las bases cognitivas para mi desarrollo profesional en el Ejército, Componente de la Fuerza Armada en la que aún como oficial de la Reserva Activa y actualmente como docente le sigo ofreciendo mis humildes conocimientos y mi vasta experiencia, producto de treinta años de un orgulloso servicio a dedicación exclusiva.

Tres cosas llamaron mi atención aquella vez al pasar por la alcabala. Un inmenso samán que hoy sigue inhiesto, como parado “firme” en el centro de la plaza, que con su grueso tallo e inmensas ramas, como paragua abierto, la cubren en su totalidad de sombras. Una hilera de pinos que antier daban la bienvenida a los nuevos cursantes embriagándolos con su aroma, pero que hoy lloran de dolor por caer en el olvido como han llorado siempre los cujíes en la Paraguaná de mi Falcón querido.

Pero lo que más me impresionó al entrar fue un dorado “sol” en la parte superior del edificio, con un escudo en el centro, y en su base tres palabras que anunciaban al visitante que “Moral, Razón y Acción” modelaban el yunque que con relieves magníficos se forjaban las espadas que la institución demandaba para la defensa de la patria.

¿Si estos pinos y el samán hablaran qué tantas cosas nos dirían hoy?

Por cierto, supe de boca del general Vázquez Peña que este samán era nieto del Samán de Güere, árbol en el que una vez reposara bajo su sombra el Libertador con sus tropas en su paso por los terrenos de Aragua en busca de la batalla

Si esto pinos y el samán hablaran gritarían a los cuatro vientos los secretos que guardan en sus firmes troncos, en su raíces y hasta en sus finas hojas, secretos sobre la vida, pasión y tránsito del cursante por las aulas de la antigua escuela. Si fueran árboles parlantes, además de darle la bienvenida al nuevo alumno hoy, le gritarían al unísono que la Razón, la Moral y la Acción no solo eran los preceptos de la divisa del que ingresaba en su seno, sino de todo aquel que egresó ostentando con orgullo y satisfacción el “Sol de Carabobo” pendiendo en su pecho.

Este lema, sabiamente creado por el General Román Calderón Godoy, antiguo director de la Escuela, evidencia tres corrientes humanísticas que sustancian su doctrina en el deber ser del hombre de armas: Idealismo, Racionalismo y el Pragmatismo.

Lo ideal, o el Idealismo, filosofía que define al hombre en función de sus valores y virtudes. Se manifiesta cuando lo académico es el punto de partida al conocimiento impulsado por la ética hacia la formación de un sujeto en una realidad compleja, y enfocado en la búsqueda de la verdad.

El Racionalismo, por otra parte, es la tesis que identifica la razón como la facultad pensante del individuo, la cual se considera superior a la voluntad y a la emoción, y cuya sustantividad descansa en la lógica.

Finalmente el Pragmatismo, como la filosofía que reduce los conocimientos humanos a instrumentos de acción, y busca el criterio de verdad de las teorías, disciplinas o ideologías en la utilidad y praxis de los objetos o cosas.

Cuando se integraron estas tres corrientes en un sola frase la intención no fue otra cosa que la de encaminar el pensamiento del cursante sobre los rieles del deber ser, del hacer y conocer, en cuanto a que sus decisiones fueran en todo momento producto de la percepción e interpretación de una realidad objetiva, con lógica, y sujeta a los valores y virtudes que demanda la profesión militar.

Con base a los principios de la “Moral, Razón y Acción” lo que aspiraba la Escuela Superior del Ejercito no era más que la de formar un comandante, o un general tal vez, con capacidad y sindéresis para que su decisiones fueran bien pensadas, mesuradas, lo más acertadas y ajustadas a la realidad presente y, además, con un alto componente ético; todo ello en busca de la verdad sobre la base de la justicia, la honestidad y lealtad institucional.

Bueno, compañeros de armas, “Los Pinos”, la escuela que ha formado comandantes y generales por más de cincuenta años, si no lo saben, ya no existe como tal, o como en principio fue concebida como Escuela Superior de Comando y Estado Mayor en el año de 1954 por el entonces coronel Marcos Evangelista Pérez Jiménez, Presidente Constitucional de la República para esa fecha. Sí compañeros de armas, fue eliminada por decreto presidencial dejando de existir desde el 26 de agosto de 2008, y sus instalaciones fueron ocupadas, en un primer momento, por la Escuela de Estado Mayor Conjunto.

Sí, compañeros. Aquella escuela en la que padecimos con paciencia y estoicismo las vicisitudes e intríngulis de sus exigentes pero eficaces planes de estudios ha desaparecido. Sus instalaciones están siendo utilizadas por la ahora Escuela Superior de Guerra de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, adscrita a la novísima Universidad Militar Bolivariana.

Todavía recuerdo cuando fui alumno frases como la que le llegué a escuchar a un coronel docente de planta que en vez de darnos la bienvenida, lo que dijo fue: “De este lote, antes de que termine el año, se va más de la mitad”. Y de verdad, ésto se cumplió pero no con exactitud, sin embargo, una parte del curso fue enviado con oficio a la comandancia por insuficiencia académica.

Los oficiales que ingresaban a la escuela como instructores eran seleccionados por la Comandancia del Ejército por su idoneidad profesional y méritos académicos. Docentes como los coroneles Hernán Vásquez Peña, instructor de Ejército de Operaciones y Operaciones; Roviro Villamizar, de Inteligencia y Zona de Comunicaciones; Mario Lizardo Mendoza, de Artillería, Empleo de Unidades Superiores y Grandes Unidades de Combate; Raúl Viso del Prette, instructor de Empleo Ofensivo de la Brigada; Edgar Rodríguez Cerruti, Operaciones y Planes; y de otros que escapan a mi frágil memoria, sus conocimientos me fueron de mucha utilidad en todos mis treinta años en la toma de decisiones, tiempo que para mí fue corto como oficial activo.

Cuando un oficial era becado para realizar el curso de Estado Mayor en el exterior, al regresar tenía la obligación de pasar por lo menos un año como instructor. De esa otrora Escuela Superior el que entraba como oficial de planta, si era coronel salía como general. De la misma manera, si era teniente coronel salía a comandar unidades tácticas. Los que tenían la dicha de ser sus directores, algunos de ellos ocuparon altos cargos como los de ser comandantes de fuerza, y hasta ministros de la defensa otros.

En varias conversaciones que he sostenido con mis compañeros docentes en el actual local que nos sirve de oficina, rememoramos entre risas, y quizá hasta con lágrimas en los ojos, nuestras vivencias sobre aquellos tiempos que pasamos por sus aulas.

Del general Hernán Vásquez Peña supe que el general Humberto Alcalde Álvarez, oficial de aquilatados méritos profesionales y académicos, además ingeniero, cuando se desempeñó como director eliminó los exámenes escritos individuales de las materias por considerar que el conocimiento que se impartía en la escuela era de alto nivel. La evaluación durante su gestión fue redefinida de la individual a la grupal, colocando los exámenes por grupo de materia. Sin embargo, los cursantes no supieron interpretar la intención de este director, lo que ocasionó que algunos aprovecharan el tiempo libre en horas de la tarde para dedicarse a otros menesteres, menos a lo académico. Esto último en contra de lo que la dirección esperaba: aprovechar el tiempo en reunirse para el estudio y discusión de los trabajos.

Con el general José Antonio Olavarría, quien sucede como director al general Alcalde – comenta el general Vásquez - los exámenes escritos e individuales volvieron a ser implementados, pero aún con mayor exigencia: además de escritos también se les había agregado las exposiciones orales.

Del general Olavarría, el general Vásquez cuenta como anécdota que este oficial como director durante la aplicación de un examen al curso que correspondía durante su gestión, se presentó raudo y veloz en el aula en donde era aplicada la prueba escrita, y !zúas...¡ le quitó a un alumno la hoja del examen diciéndole: - ¡Usted se está copiando. Salga del aula, y preséntese en la Comandancia del Ejército de inmediato…!

Ahora - ¿Cómo se entera el director de esta falta de probidad del alumno durante la elaboración del examen? Le pregunto al general Vásquez. A lo que me responde: - Porque el aula estaba provista de cámaras de televisión con monitores en la oficina de la dirección y en el Departamento de Evaluación. Y era así como el director supervisaba todo lo relacionado con la aplicación de las pruebas escritas.

La evaluación ha sido siempre una de los aspectos que ha hecho de la Escuela Superior una especie de “coco” para los oficiales superiores que aspiraban a culminar el curso de Comando y Estado Mayor. Pero, es cuando llega a la dirección de la escuela el general Román Calderón Godoy que el sistema de evaluación es sometido a un cambio más flexible acorde con la demanda de conocimientos que exigía el Ejército con respecto al perfil del futuro comandante y oficial de Estado Mayor. Para esa fecha se implanta un sistema de evaluación basado en una prueba escrita y exposición por rol en grupos constituidos en Estados Mayores; además, se le incluye una prueba de conducción individual cuyo objeto era medir la capacidad de los alumnos para la toma de decisiones.

Posteriormente, la evaluación pasa a otros estadios en donde el pragmatismo se pone en evidencia cuando aparecen los ejercicios con situaciones generales y particulares más parecidos a las hipótesis de conflictos.

El general Fidel Pacheco García entra en la conversación, y sobre la evaluación manifiesta lo siguiente: - La escuela pasa a otra fase en su etapa académica cuando son diseñados ejercicios tácticos por el cuerpo de docentes para ser ejecutados por los alumnos en el aula. Dichos ejercicios se elaboraban con base a una planificación, discusión y posterior exposición ante la Junta Académica de la Escuela, la cual, si era conveniente confirmaba su aplicación.

Y esto era muy cierto, ya que una vez decidido sobre la aplicación del ejercicio, nosotros, en nuestra condición de cursantes, elaborábamos las apreciaciones presentando luego los resultados mediante recomendaciones y decisiones, argumentos que eran calificados por los docentes, según su arma y especialidad. Pero, hay aún más: los ejercicios que se elaboraban en el aula eran comprobados en el terreno con asistencia, tanto de alumnos en el rol de ejecutores, como de los docentes en su condición de asesores y evaluadores.

Otro tema de la conversación es sobre la presencia en la escuela del Grupo Especial de Reconocimiento Aéreo del Ejército, grupo que fue conformado con aviadores civiles, quienes de manera desinteresada, apoyaban con sus naves los reconocimientos aéreos que teníamos que realizar los alumnos durante los ejercicios en el terreno. Por cierto, este especial grupo fue creado por el entonces coronel Raúl Viso del Prette, grupo con el cual este oficial mantenía un contacto directo cuando se requería su apoyo. Después, el Grupo pasó a ser dirigido por el coronel José Antonio González Pru, quien fungía de instructor de Inteligencia.

En el ínterin de la conversación, el coronel Marcos Salazar Morales, docente con mucha experiencia en el área de personal, interviene y me comenta: - El celo y respeto por las horas de clase era sagrado. Podía llegar cualquiera autoridad o jefe, que si la actividad no estaba programada, los alumnos se mantenían en las aulas a las órdenes de sus instructores. Es más, estaba prohibido que vehículos transitaran por las calles en horas de clase.

- Por otra parte, los oficiales que llegaban y de países amigos eran presentados antes los alumnos durante la inauguración del curso. El oficial que servía de maestro de ceremonia los nombraba de acuerdo a su grado y especialidad. Y, con respecto a los oficiales de países amigos, el departamento de Relaciones Publicas le elaboraba una agenda para que éstos, junto con sus familiares, visitaran los sitios y lugares más emblemáticos del país.

Interviene nuevamente el general Vásquez diciendo: - El curso de Comando y Estado Mayor fue planificado por el general Alcalde Álvarez con cuatro fases, con una duración de seis meses cada una. La primera que se iniciaba era la Gerencial, la cual era impartida por calificados docentes de la Escuela Nacional de Administración Pública.

El propósito del Ejército de que esta fase fuese la primera que se impartiera no era otro que el de generar una conducta de entrada a la de Estado Mayor, en lo que respecta a la toma de decisiones; pero, por otra parte, impartir conocimientos que fueran pertinentes para la formulación y seguimiento de los planes operativos anuales y elaboración de proyectos. Las materias que se impartían figuraban Formulación de Presupuesto, Formulación y Evaluación de Proyectos, Análisis y Contabilidad de Costos, Gerencia Logística, entre otras. Al finalizar, le era entregado a los alumnos el certificado de Gerencia Pública.

Le seguía a esta fase la de Estado Mayor, luego la de Empleo de Unidades Superiores y Grandes Unidades de Combate, finalizando el curso con la fase de Seguridad y Defensa.

Los generales Olavarría, Calderón Godoy y José Humberto Vivas continuaron conduciendo el curso con estas cuatro fases. Pero, luego me enteré que el plan de estudio fue reducido a un año, eliminándose la fase Gerencial. Cosa que yo nunca entendí, porque este conocimiento era esencial para las fases siguientes, y muy importante para la toma de decisiones.

El coronel Luis Alfonzo Medina no se queda atrás con respecto a las experiencias que comentamos. Con el tono de voz fuerte que lo caracteriza, pero con seguridad de lo que dice, hace alusión al deporte y a la actividad física: - La escuela, todas las semanas programaba deporte y educación física, actividad en la que participábamos los docentes. Inclusive, competíamos en juegos de softbol con los alumnos.

Por otra parte, acota el coronel Medina: - Los docentes, una vez concluida la administración de cualquier asignatura, éramos evaluados por los alumnos mediante un formato que elaboraba el Departamento de Evaluación. Los resultados de esta evaluación, además de que nos eran enviados para nuestro conocimiento, eran archivados en los expedientes que se les seguía a cada docente. Otro de los aspectos que no puedo pasar por alto era con respecto a la presentación personal de los docentes ante los alumnos en las aulas. A los hombres se nos exigía el uso del paltó y la corbata, y a las mujeres se les prohibía el uso del blue jean.

Ser un docente de la Escuela Superior era una cuestión de honor. Cuando un oficial llegaba a ocupar cualquier cargo, se le imponía en una ceremonia en el teatro los distintivos que llevaban impreso el escudo de la Escuela. Y a partir de ese momento, estaba en la obligación de impartir clase según su arma o especialidad.

A golpe de las nueve de la mañana, levantamos la reunión y acompaño al grupo a la cantina para tomar un café, sitio en donde continuamos con nostalgia la disertación sobre la antigua Escuela Superior.

El general Vásquez lidera el coloquio, y me dice: - Julio, anota ahí que los instructores nos quedábamos hasta altas horas de la noche acompañando a los alumnos asesorándolos en la planificación de los ejercicios. Hasta los sábados y domingos se lo dedicábamos a la instrucción. No teníamos horario, cosa que para la Escuela nosotros estábamos a dedicación exclusiva las veinticuatro horas del día y todos los días de la semana.

Otros de los hitos de la Escuela Superior es motivo de comentario: su pase a conducir el Programa de Maestría en Ciencias y arte Militares. Este esfuerzo fue un proceso mancomunado bajo la dirección de los generales Félix Cáceres Pinzón y Eloy González Cárdenas. El primero, logró que el Consejo Nacional de Universidades lo reconociera como instituto de educación superior de cuarto nivel educativo. Pero, fue con González Cárdenas que se aprobó el Programa de Maestría.

Ahora, ¿Cómo fue que se logró esta importante fase en la historia de “Los Pinos”? Senté plaza en la Escuela en septiembre del año 1999 junto con el general Hernán Vásquez Peña, el coronel Luis luna Landaeta y la doctora Rosa Rodríguez de Serva. Para esa fecha el general Félix Cáceres Pinzón nos pide al grupo recién llegado que revisáramos el Plan de Estudios de la maestría nombrándome coordinador ante el Consejo Consultivo de Postgrado del Consejo Nacional de Universidades. Al Grupo recién nombrado se les unen el general Fidel Pacheco García, las profesoras María Da ‘Luz Goncalves y Maribel Guerra, la licenciada Migdalia Medina - bibliotecóloga que nos proporcionaba las fuentes bibliográficas de consulta -, el coronel Néstor Contreras Pinedas, el coronel Gustavo Fuenmayor y el general Juan Manuel González Berbesí; que por cierto, fue su primer decano.

Sobre este general en la honrosa situación de retiro y que hoy se desempeña como autoridad académica de la UNEFA en el núcleo Táchira, y poseedor de un gran espíritu militar y de compañerismo, hago un paréntesis para resaltar su encomiable labor al frente del decanato.

Es decir, con una gran disposición y férrea voluntad el general González Berbesí le puso “corazón” a la administración del programa de maestría, programa que no solo gerenció con eficiencia, sino que también elaboró los reglamentos respectivos que dieron legalidad a su desarrollo.

En fin, todo ello fue un trabajo muy laborioso y exigente, pero con mucha disposición y emoción, y con la sinergia que nos impusimos al integrarnos en un sólido equipo logramos alcanzar el objetivo como lo fue la aprobación del Programa de Maestría. Pero, no solo eso se logró, se logró también que el Presidente Hugo Chávez Frías nos aprobara la Fundación “Carlos Soublette”, soporte financiero del programa.

Como docente, soy consciente de la acción conjunta. Y así lo manifiestan los oficiales docentes que me acompañan. El planificar e interactuar de manera mancomunada como lo demanda los retos que tiene que enfrentar la Fuerza Armada en conjunto con respecto a las nuevas amenazas que ponen en peligro la integridad y seguridad de la nación, es una realidad de Perogrullo.

Sin embargo, el conocimiento doctrinario que exige los sistemas de armas, los medios, su empleo táctico, los escenarios de actuación y la esencia misma del componente, constituye un episteme que se hace necesario obtener primero para el logro de los esfuerzos integrados y sincronizados que requiere el accionar conjunto.

Ahora, solo nos queda como viejos docentes recordarles a los egresados de esta insigne Casa de Estudio – con mayúscula- , y sobre todo a aquellos que ocupan cargos de una gran responsabilidad para con el Ejército y la Fuerza Armada, que los principios que fueron esculpidos en nuestra conciencia con el cincel de la Moral, Razón y Acción, sean expresados en una nueva Escuela Superior del Ejército, que mucha falta nos hace en estos tiempos difíciles y con tantas amenazas que tocan las puertas de esta gran y bella Venezuela, la única patria que tenemos.


 
 
 

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