Sobre la Fe y la Confianza
- Julio A. Sánchez Flores
- 22 abr 2015
- 3 Min. de lectura

El domingo pasado asistí a la tradicional misa dominical en una de las iglesias cercanas a mi domicilio. Durante la liturgia, el padre “Pepe”, un sacerdote carismático y muy querido por la colectividad de Manzanares, comentó después de la lectura del Evangelio lo referente a como se había perdido la confianza entre los seres humanos en estos tiempos modernos. Quizá, lo que más me llamó la atención fue el Evangelio mismo.
Según San Juan, al anochecer del día de la resurrección, se presentó Jesús a sus discípulos y les dijo: - La paz esté con ustedes. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Tomas, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando Jesús llegó. Los otros discípulos le dijeron: - Hemos visto al Señor. Pero, él les contesto: - Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.
Ocho día después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: - La paz esté con ustedes. Luego le dijo a Tomás: - Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree. Entonces Jesús añadió: - Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto.
Esto me hizo recordar que por allá por los años cincuenta del siglo pasado, mi padre tenía una bodega ubicada en la calle 66 del sector “Las Delicias” de mi querido Maracaibo. Recuerdo que no tenía depósito ni sitio en donde colocar la mercancía que le entregaban los proveedores. La misma le era depositada en la parte trasera de la bodega.
Los proveedores que llegaban con más frecuencia eran los camiones de refrescos. - Señor Julio, gritaba el de la Coca cola. – ¿Cuántas cajas le dejo, y en dónde se las coloco? – Déjame veinticuatro, y colócalas en el sitio de siempre.
Las cajas y botellas no eran contadas por mi padre; él sabía que la cantidad colocada eran las que había pedido. ¿Saben por qué? Porque existía fe de que la cantidad sí era la correcta, y la confianza en que el proveedor no le fallaría. Algo más, las cajas quedaban al aire libre, y sin el riesgo de que alguna se perdiera, o alguien las robara. Eran otros tiempos cuando la “palabra” tenía valor: la palabra era la firma.
Ahora, para cada transacción comercial o compromiso hay que firmar y registrar la palabra empeñada, cosa debida a que las personas no confían hoy entre ellas, razón por la cual tenemos que avalarla en las notarías y registros.
Ahora, me pregunto: ¿Qué es la Fe? Al igual que la confianza, la Fe implica un concepto de eventos o resultados futuros, y se utiliza a la inversa como una creencia no apoyada en una prueba lógica o evidencia material.
La Fe, según Wikipedia, es en general, la persuasión mental de que un determinado enunciado es verdadero. Es la creencia y el asentimiento en la verdad de lo declarado por otros, sobre la base de su supuesta autoridad y veracidad. Las causas por las cuales las personas se convencen de la veracidad de una fe, dependerán de los enunciados filosóficos en los que las personas confían.
Otra pregunta: ¿Sí somos hecho a la imagen y semejanza de Dios, partiendo de que Dios es perfecto, por qué tenemos que dudar de los demás hasta perder la confianza? Las respuestas pudieran ser varias: pérdida de valores; el darle más importancia a lo material que a lo espiritual; el temor a ser estafados; el derecho a la propiedad sobre lo comunal; la falta de autoridad moral percibida en las persona con las cuales tratamos; juzgar a los demás por lo que somos: “Con la misma vara con que mides, con esa serás medido”, dicho bíblico, o “Cada ladrón juzga por su condición”, refrán criollo. Sin embargo, esta pérdida de la fe en los demás es producto también de las experiencias vividas con nefastas consecuencias, razón por la cual exigimos dejar constancia de lo convenido en documentos que garanticen ante la justicia el cumplimiento de lo acordado.
Ya lo dijo Cantinflas, un comediante que los de mi generación conocemos por sus chistes y frases: “Cómo quiere que hagamos el trato, cómo caballeros o cómo lo que somos”.
Y concluía: “Ahí está el detalle”.
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