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El caballero de la triste figura

  • Julio Sánchez Flores
  • 12 abr 2015
  • 3 Min. de lectura

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¿Quién de nosotros no ha oído o leído a Don Quijote, el caballero de la triste figura, o el Manchego, del Manco de Lepanto?

Según Cervantes, este hidalgo señor de nombre Alonso y de apellido Quijada o Quesada, que vivía en algún lugar de la Mancha, tenía como afición leer libros de caballería con gusto, que se enfrascó tanto en sus lecturas que se pasaba las noches leyendo hasta que se le secó el cerebro, cuestión que lo llevó a perder el juicio; tanto así que olvido todo lo referente a la administración de su hacienda; y llegó al colmo su curiosidad por los libros que vendió muchas hectáreas de tierras para adquirir muchos más.

Y como consecuencia, y perdida ya la razón le vino una extraña idea, propia de un loco, hacerse caballero andante para irse por todos los caminos con sus armas y a caballo en busca de aventuras.

Pero, ¿caballero sin caballo, sin escudero y sin dama? Como montura adoptó a un caballo flaco que casi se le veían las costillas al que puso como nombre Rocinante; como escudero a un peón llamado Sancho Panza, pero, le faltaba la dama. Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo vivía una moza labradora de muy buen parecer llamada Aldonza Lorenzo, de quien en un tiempo estuvo enamorado, aunque según se conoció que ella jamás lo supo. Su delirio por ella llegó a tanto que le dio el título de princesa y gran señora dándole el nombre de Dulcinea del Toboso; nombre al parecer de alcurnia y de mucha significación.

Pero es Don Quijote de la Mancha la obra cumbre de Miguel de Cervantes con la que ofreció al mundo el modo de vida de los hispanos. A través de su lectura podemos comprender al caballero andante, que a pesar de sus desafueros, tiene casi siempre la razón en lo que hace o dice, aunque las apariencias y el sentido común se nos haga difícil comprenderla. Esto se debe a que hay una constante polaridad en el argumento entre el ser y el querer ser, los ideales, la caridad y el egoísmo, el bien y el mal, antagonismo que se perciben en la novela.

Otro personaje que figura en esta novela, y tan importante como el Manchego, es Sancho Panza; personaje que a la larga se identifica con su amo y que Cervantes lo describe como la figura de un humilde y sano escudero. Sancho no es un aprovechador ni un payaso, aunque lo vemos en la novela como un personaje ingenuo e impregnado de gracia en cuanto dice, y que sigue a su amo tratando de imitarlo porque lo considera su superior; no obstante, es un hombre noble y bueno.

Ahora ¿Cuál es la enseñanza que nos deja la obra de Cervantes?

Una muy significativa. Que nuestras propias vidas son una novela. Sin embargo, a veces no sabemos cómo desarrollar nuestro propio argumento o trama. Solamente podemos tener una vaga sensación de que es muy especial y que se merece un poco de reflexión. Quizá estaría bien que meditásemos sobre nuestro camino recorrido, y que nos hiciésemos preguntas como “¿Qué he sido yo en la vida?”, “¿Qué hecho de bueno en ella”? “¿A dónde tengo que ir?”. Después, convendría que escucháramos atentamente lo que surja de la tranquilidad, del silencio, del transcurrir del tiempo.

Si la escribiéramos, tendríamos a nuestra “Dulcinea”, no del Toboso como la del Quijote, sino la de la otra calle, la de los ojitos marrones, las de las clinejas, la del colegio…También a un “Sancho Panza” figurado en el amigo que nos seguía a todas partes, que nos acompañaba en las buenas y en las malas.

En fin, todos tenemos como dice el refrán aquel: “Algo de músico, poeta y loco”, que de loco tuvo mucho Don Quijote.


 
 
 

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