La secretaria
- Julio Sánchez
- 21 mar 2015
- 2 Min. de lectura

Para aquellos que han tenido la feliz oportunidad de contar con una secretaria buena, pero buena en el sentido práctico y ético del predicado, es como una bendición.
No solo te elabora la correspondencia, sino que te lleva al día tus archivos, te recuerda los cumpleaños de tus seres más allegados, te regala cuando llegas una bella sonrisa acompañada de una taza de café bien calientico, y hasta te recuerda el aniversario de boda, cosa que a uno siempre se le olvida. En fin, un verdadero dechado de virtudes, que si la tienes, trátala como se trata a toda mujer y no la lastimes “ni con el pétalo de una rosa”.
Te digo esto, porque recuerdo un chiste que me contaron en el que la protagonista era una bella secretaria de un ministro, gordo, ordinario y bien maduro él. El chiste es el siguiente: Ella, una mujer joven, ingeniosa, gentil y, sobre todo, muy hermosa. Un día, mientras tomaba un dictado, notó que su jefe tenía la bragueta abierta. Terminó el dictado y se dispuso a salir de la oficina cuando, antes de cerrar la puerta, dijo: - Por cierto, señor, la puerta de su cuartel está abierta.
El político no entendió el comentario, le metía al bruto de vez en cuando; no obstante, al poco rato – era muy lento para reaccionar - se dio cuenta de que el cierre de su pantalón estaba abajo.
El hombre le hizo gracia la manera en la que su secretaria se había referido al pequeño incidente y decidió aprovechar la oportunidad para coquetear un poco, por lo que la llamó a su oficina: - ¿Dígame, señorita, por casualidad no vio también a un apuesto soldado en posición de firme? – ¡Oh, no, señor! Lo único que vi fue a un veterano de guerra sin fuerzas echado entre dos viejas mochilas de campaña.
Moraleja: nunca le preguntes a tu secretaria por quién doblan las campanas, te puede responder que están doblando por ti.
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